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sábado, 16 de agosto de 2025

ME PREGUNTAN: ¿POR QUÉ ES DELITO ODIAR?

 ME PREGUNTAN:    ¿POR QUÉ ES DELITO ODIAR?


Quienes me hacen esta pregunta son personas mayores, de cultura superior y formadas en la moral tradicional. Son ateos, no practicantes,  nacional-católicos, de ideología de derecha o de extrema derecha. Algunos Justifican las manifestaciones de odio y otros se muestran indiferentes ante las numerosas expresiones incendiarias contra el diferente o personas de ideologías opuestas, principalmente activadas por individuos de las ideologías citadas anteriormente; aunque, en menor medida, estos ataques y amenazas verbales se dan también en algunos sectores minoritarios de la izquierda, principalmente en foros de las Redes sociales. 

Para muestra un botón: leemos y escuchamos barbaridades como: " Moro de mierda, te vamos a echar de nuestra tierra"; "rojo, te vamos a matar"; "puta feminista" o el insulto de "hija de puta", de un periodista ultra a una parlamentaria de Bildu. No puedo olvidar las imágenes de Torre Pacheco, localidad murciana afectada por la invasión agresiva  de  exaltados de extrema derecha, que decían ir a la "caza del moro", u otros escenarios donde los inmigrantes son tratados con menos delicadeza que a los animales. En las fiestas patronales de Huesca, desde la multitud, se oyeron gritos insultando al presidente del Gobierno e interrumpiendo la lectura del pregón de la concejala de fiestas. Un consejero del Gobierno de Aragón, del PP, pidió a la concejala que suspendiera durante unos minutos la lectura  para que se escucharan los insultos al presidente.

 La situación está llegando a tal límite que ACO-Asociación contra el Odio-, formada por diez asociaciones, viene denunciando ante los tribunales de Justicia “las acciones de la internacional reaccionaria del odio y la desinformación, y su financiación”, entre ellas, varios casos de difusión “de manera masiva de contenidos que incitan al odio y la persecución de un colectivo por motivo discriminatorio (origen nacional o racial)”. Algunos sujetos, bajo perfiles falsos, difunden bulos en las Redes como la acusación a un varón magrebí de lanzar agua sobre un paso de Semana Santa, siendo el autor un ciudadano español, o la agresión a otro emigrante que fue grabada. El mismo Santiago Abascal ha sido denunciado por ACO ante el Tribunal Supremo por mensajes de “discriminación, odio, hostilidad y violencia contra migrantes”.

Toda esta retahíla de malos ejemplos, basados en insultos, amenazas y violencia llegan a  oídos de nuestros menores, adolescentes y jóvenes, y se convierten en destinatarios susceptibles de imitar tales expresiones y comportamientos, poniendo en entredicho la labor educativa de los docentes que han de enseñar a sus alumnos y alumnas el respeto debido a las personas y a aquellos ciudadanos y ciudadanas  que nos representan en las instituciones. Es posible que nuestros menores se pregunten por el respeto que se merecen unos energúmenos vociferantes, carentes de toda educación cívica. Ardua tarea tienen mis colegas en ejercicio para inculcar a sus alumnos y alumnas el respeto que toda persona merece por el hecho de serlo, aunque su comportamiento parezca demostrar lo contrario. Quizás, el docente-maestro o maestra; profesor o profesora- debería echar mano de la filosofía de Max Scheler: “El amor nos permite ver el valor más pleno del Otro, mientras que el odio nos ciega aún más hacia su valor”(Sich Belinden, en “¿Qué dice la filosofía sobre el odio?”). De esta manera, la escuela y sus departamentos de psicología y orientación podrían suavizar o eliminar  la animosidad, la ira y la hostilidad hacia las personas y colectivos, realizando una labor preventiva o curativa contra el odio, según los historiales familiares y de sus entornos del alumnado

No puedo dejar de reseñar tampoco la polarización que este comportamiento provoca  entre la ciudadanía y la clase política, enrareciendo la convivencia y la vida política y social. Determinados partidos- PP y VOX- utilizan las agresiones verbales machaconamente, desvalorando al oponente  por la “fuerza y persistencia” de sus ataques. 

Por todos estos hechos, nefastos e impropios de una sociedad que se considera civilizada, me parecen poco pertinentes  las preguntas que, de vez en cuando, me hacen algunos de mis conocidos, con diversas formulaciones, acerca de si el odio es un delito. Sin embargo, no por no estar justificada la pregunta, deja de ser inquietante: a los jóvenes que expresan su odio con palabras o lo manifiestan con sus actos, les importa un bledo la falta de ética o moralidad de sus expresiones y comportamientos; en cambio, resulta sorprendente que los mayores, educados en la moral tradicional católica, para la que odiar a una persona era y es pecado mortal, maquillen sus preguntas con argumentos como: ¿Por qué me tienen que gustar los negros? ¿los árabes? ¿los gitanos?  El gusto o desagrado respecto a la personas y las cosas es libre- me dicen. Les respondo: -Cierto. Pero una cosa es no gustarte una persona o un colectivo, porque no entiendes o te desagradan sus costumbres, su cultura o sus creencias, y otra es odiar. Les aclaro que no se puede confundir el desagrado con el odio, o mimetizar ambos sentimientos, como pretenden algunos de mis interlocutores.

Con el fin de argumentar mi distinción entre esta incomodidad ante determinadas personas y el odio, les recuerdo la definición que la RAE hace de esta última palabra: "Antipatía y aversión hacia algo o alguien cuyo mal se desea". Precisamente en esas últimas palabras "cuyo mal se desea" está el "quid" de la cuestión: en el momento que deseamos el mal de una persona o de un colectivo, e incluso lo propiciamos - de palabras o de obras- estamos ante un acto de odio y se puede considerar delito. Además, hemos de tener en cuenta  que el odio desvalora a las personas y colectivos por motivos infundados: la raza, la cultura, la religión, la pobreza o la ideología; es decir, por aspectos inherentes a la naturaleza humana o a la sociedad de origen, que los sujetos no pueden cambiar o les es muy dífícil deshacerse de ellos. Resulta, pues un contrasentido, incluso un acto demencial sentir aversión al otro, simplemente por su identidad. 

Otra cuestión no menos importante son los motivos de ese "desagrado o incomodidad", que pueden ser poco éticos, por intolerantes, debidos a la aporofobia, el racismo, la xenofobia o la feminofobia. Cuando damos rienda suelta a estas actitudes o sentimientos tan nocivos, podemos desencadenar en nuestro espíritu la indignación al otro, insultos, e incluso, en los más exaltados, la violencia. Por esta razón, hemos de tener muy en cuenta cuáles son los mecanismos internos de nuestra mente, que pueden llevarnos al odio, materializado en palabras o en hechos.

Al hilo de lo anterior, es conveniente saber que la psicología bucea en el por qué del odio y encuentra traumas, abusos, situaciones de injusticia y miedos que pueden favorecer el desarrollo de un sentimiento tan nocivo. Sobre estas capas profundas de la personalidad, la dinámica social mezcla sus valores y contravalores, conformando el carácter y la conducta  de los individuos; aunque es cierto que no todo el mundo reacciona igual ante las mismos hábitos familiares y los estímulos externos originados en el medio social, pues hay casos de individuos que han tenido una infancia feliz y desahogada y que, sin embargo, caen en la tela de araña de organizaciones sociales y políticas de ideología de extrema derecha.

Como conclusión, podemos decir que la familia, la escuela, con su carga pedagógica y psicológica, la ética, también en la política, y los valores han de ser las bases de una sociedad sana y vacunada contra el odio en todas sus manifestaciones. Para ello es necesario que nuestro menores y jóvenes adquieran un pensamiento crítico e independiente, respetuoso con los datos que nos aporta la realidad y la ciencia, debidamente fundamentado, además. en las ciencias humanas, sociales y en la axiología, ciencia de los valores.

Francisco. J. González. 


lunes, 14 de julio de 2025

ES TREMENDO LO QUE ESTÁ PASANDO EN GAZA.

 

 No escribo nada nuevo si digo que  "es tremendo lo que está pasando en Gaza": no hay un día que no recibamos  terribles noticias sobre los ataques inmisericordes del ejército israelí y los continuos bombardeos  sobre esa tierra mártir.

Nos estremece ver a niños  y adultos ensangrentados, envueltos en sábanas y llevados a toda prisa a lo que queda de las infraestructuras medico- sanitarias. Cuando se escriben estas líneas, el ejército de Israel ha reconocido haber atacado concentraciones de personas que se disponían  a recoger alimentos.

Todo está destruido en la franja de Gaza: hospitales, colegios, edificios particulares e institucionales y mezquitas. Israel no ha respetado nada, asesinando a la población civil: niños y niñas, ancianos adultos, periodistas médicos, sanitarios, personal de servicios asistenciales y miembros de ONG, entre otros grupos de personas. El balance es catastrófico: 58.000 personas asesinadas hasta ahora.

No es el "caballo de Atila", sino la bota cruel de los soldados israelíes, henchidos de odio, azuzados por las soflamas indignas de Netanyahu y sus ministros, los que aplastan y trituran la población palestina, a la vez que otra acción  más lenta, pero no menos cruel lleva a cabo  la soldadesca israelí asesinando a personas inocentes, con el fin  de ir ganando terreno en esa zona de Palestina, en una operación cuyo objetivo inmediato es aumentar el número de colonos, hasta apoderarse  de la mayor parte de la Cisjordania,  reduciendo progresivamente el ámbito de influencia y el territorio de dirección de la Autoridad Nacional Palestina.

Como en la Alemania nazi, Netanyahu y su camarilla han venido haciendo una campaña de desprestigio de los ciudadanos y ciudadanas palestinos, intentando reducirlos  a animales. Noventa y dos años antes, Adolf  Hitler accedía al poder en Alemania, como canciller, y, meses después, comenzaban las persecuciones de las SA, impulsadas también por las soflamas de este líder demoniaco, que animaba a perseguir como perros a los judíos, acusándolos de los males reales o supuestos de  Alemania.

¿Se habrán preguntado alguna vez  Netanyahu  y sus seguidores , desde que comenzó su infernal acometida contra los gazatíes, que los están destruyendo con la misma insidia, sangre fría e inmoralidad que el dictador nazi? Es posible que acallen su conciencia justificándose en la creencia de que su pueblo es el elegido por Dios, pero no nos engañemos, esta  actitud es fruto de la  mezcla de una débil y aparente creencia religiosa y aceptación de la teología oficial judía que privilegia al pueblo de Israel. De forma parecida construyó Hitler su pensamiento político: su pueblo, Alemania, había sido humillada en la primera guerra mundial y había que reparar tal humillación buscando un chivo expiatorio, el pueblo judío, expropiado de sus bienes y perseguido hasta el exterminio. La pretendida supremacía germánica era el motor de tal canallada.

Por su parte, Netanyahu quiere extender los límites del territorio de su país, a costa de la desaparición del pueblo palestino, negándole el derecho a la vida y a su soberanía como nación.

Estamos, pues, ante un genocidio en toda regla, favorecido por el apoyo militar y político de los dos últimos presidentes, Joe Biden y Donald Trump, aunque hubo precedentes en gobernantes estadounidenses anteriores. Trump ha recibido al presidente israelí en un  acto de impresionante cinismo, a pesar de que la Corte Penal Internacional ha dictado una orden de arresto contra Netanyahu, quien, para agradecer al apoyo de Trump, como en una comedia bufa, le ha entregado una carta en la que lo propone para el Premio Nobel de la Paz. ¡Pobre Paz, en manos de un genocida y un mandatario histriónico, cómplice y sin escrúpulos!

Entretanto, los dirigentes europeos, salvo algunas excepciones, como la coalición de países, auspiciada por España, mantienen un culpable silencio, deshojando la margarita a ver si la devastación israelí en Gaza es o no es un genocidio.

¿Por qué de  esta  duda de algunos de los políticos europeos, cuando tienen en sus retinas los efectos dantescos de la tragedia? Es una salida falsa, para ocultar que someten la vida y la dignidad humana a los intereses económicos y geoestratégicos  de los estados y del poder, y hacen la vista gorda ante un ejemplo clásico del terrorismo de un estado, Israel, pues no solo es terrorismo el de Hamás.

En situaciones como esta, ante el riesgo de represalias, la población calla, aunque una minoría se la juega, y las autoridades religiosas miran también para otro lado. Sin embargo, una vez consumado el holocausto, igual que en Alemania, surgirá una terrible crisis de valores ante la injusticia manifiesta; provocará el desconcierto de las conciencias dormidas y el remordimiento de "las personas tiernas de corazón"(M. Luther King). En este  tiempo posterior al silencio culpable, se producirá una revisión muy dolorosa y desoladora, como ocurrió después de Auschwitz y otras horrorosas experiencias nazis. No solo murieron asesinados millones de personas, sino también las expectativas  éticas y morales de la filosofía, la teología, la política y la cultura. ¿Qué quedará después del holocausto gazatí y la destrucción de Palestina, tras el nuevo Auschwitz, provocado por descendientes de los que fueron asesinados en los campos de concentración alemanes?

No puedo terminar este escrito, desde mi tristeza, indignación e impotencia, sin que  dejen de resonar en mis oídos las palabras sentenciosas de Jesús de Nazaret a Pedro, en el huerto de Getsemaní: "Vuelve  a la espada a su sitio, pues quien usa la espada, perecerá también por la espada" ( Mateo 26:52). ¿Están aún a tiempo de que se cumpla esta inquietante afirmación de Jesús?

Paco González.

domingo, 16 de febrero de 2025

IGLESIA PERSEGUIDA EN BURKINA FASO: CON EL APOYO EXTERIOR, ESPERA SEGUIR EN LA LUCHA, Y NO SE RINDE.

 

 

    LA IGLESIA CATÓLICA ES PERSEGUIDA EN BURKINA FASO.

Ha caído en mis manos  el boletín "Ayuda a la Iglesia necesitada", dedicado a la Iglesia perseguida en Burkina Faso, país situado en África Occidental. El boletín  denuncia la violencia extrema en ese país: más del 40% del territorio está bajo el control de grupos armados yihadistas. Se calcula que unas tres mil personas han perdido la vida y dos millones están desplazadas de sus lugares  de origen. En esta situación tan dramática, la Iglesia es uno de los objetivos de los terroristas. Como muestra de la violencia denunciada, en 2019, hubo que lamentar un atentado a la parroquia de la localidad de Dablo, en el que perecieron el sacerdote Yampa Simeón   y cinco varones. Otras personas fueron secuestradas y algunas  quemadas. Finalmente, tras incendiar la iglesia, la banda de desalmados se dirigió al centro del pueblo, quemando y arrasando con violencia la localidad. El párroco, que por suerte para él, no estaba en la iglesia en el momento del asalto, recibió la noticia de lo ocurrido y tuvo que huir de la diócesis, porque los yihadistas estuvieron buscándolo para matarlo. ¿Hasta dónde puede llegar el odio religioso de las personas? Cuando la religión-sea la que sea- se convierte en arma arrojadiza es muy peligrosa y tremendamente dañina para el ser humano.

Para el autor del artículo, Burkina se encuentra en una "verdadera crisis humanitaria", en un contexto "apocalíptico". ¿Cuál es la respuesta de la Iglesia? Por supuesto, no tiene intención de esconderse y garantizar así su seguridad, sino acoger a las personas "más pobres y desvalidas" que acuden a ella, sin tener en cuenta las creencias de los asistidos.

Cuando se habla de "pobres y desvalidos" hay que tener en cuenta que muchas personas son obligadas a abandonar sus casas, incluso sus pueblos, quedándose  sin trabajo, comida, agua y dinero para adquirir los productos básicos que permitan  el sustento de las familias. Al carecer de medios de transporte, no se pueden llevar a los enfermos al hospital.

Una de las características más graves de los ataques yihadistas es que arrasan las tierras, se apoderan del ganado y arruinan a las familias. El boletín recoge el testimonio de una madre de ocho hijos, de Kadanga, que se ha quedado sin nada, pues ha perdido el ganado y no puede dedicarse al comercio como antes. Un padre de familia de la localidad de Pama se queja de que los terroristas arrasaron  una tierra de diez hectáreas que él trabajaba y le robaron el ganado. Califica su situación de desesperada; no hay alimentos ni suministros porque la ciudad está cercada, y la comunidad  padece una "precariedad alarmante".

En este caos social, económico y cívico en que se desenvuelve el país, como he dicho antes, la Iglesia no cede en su labor social y evangelizadora, fomentando valores de fraternidad, perdón y esperanza a personas que lo han perdido todo, las escuelas donde estudiaban, e incluso, a sus padres. Funciona una radio católica que difunde programas, dirigidos a favorecer la convivencia y la paz. Como en algunos lugares, hay personas que no saben leer y escribir, les viene muy bien escuchar la emisora, gracias a la palabra oral.

Otra preocupación de la Iglesia es que los jóvenes de las comunidades no caigan en manos de los violentos o se dejen llevar por sus principios.

Se complementan estas iniciativas con proyectos de ayuda humanitaria a personas y familias desplazadas; proyectos de educación y escolarización; de ayuda a catequistas y apoyo a sacerdotes, mediante medios que les permitan un mínimo de subsistencia.

Finalmente, los católicos y católicas hemos de reflexionar sobre la situación calamitosa en que se encuentran estas comunidades cristianas. Para ellos su última esperanza, ante un Gobierno impotente, que no hace nada. Su mensaje debería ser también un aldabonazo a las organizaciones laicas de derechos humanos y acogida de personas, que , entre sus denuncias y proyectos, no suelen tener en cuenta a las comunidades cristianas perseguidas o en gran precariedad; lo sé, porque soy socio de algunas de ellas.


domingo, 12 de enero de 2025

NETANYAHU, EL NUEVO HITLER.


Raquel lloraba desconsoladamente la muerte de sus hijos; hoy, Fátima  llora con la misma pena y desconsuelo, porque sus hijos ya no viven.

Leyendo y reflexionando  sobre el evangelio de los Reyes Magos, me surge la idea de que un nuevo Herodes, quizá más cruel, ha irrumpido en la historia: Netanyahu. Su maldad política le ha llevado a ser la causa de la muerte de más de 46.500 personas, miles de niños y niñas asesinados, más de cien mil desaparecidos, 1.057 profesionales médicos y de la salud palestinos muertos, 108.856 heridos, sin contar los desaparecidos, entre los que hay miles de niños y niñas de todas las edades. En este luctuoso balance hay que recordar que casi la totalidad de las estructuras sanitarias y educativas han sido destruidas y miles de gazatíes han perdido sus viviendas y propiedades.

 Herodes mandó matar a menores de dos años. Aún la crueldad del actual mandatario supera a la del su predecesor en la historia de Israel. Emula a Adolfo Hitler, el exterminador de judíos, pero también de gitanos, homosexuales, religiosos, comunistas y socialistas. El holocausto de judíos se puede comparar con el del pueblo palestino. El descendiente de víctimas se ha convertido en victimario.

 Sobre nuestras conciencias recae está pesada losa, y cada cual es responsable en la medida en que calla y justifica el genocidio propiciado por el despiadado ejército israelí, digno por su crueldad y sangre fría de un jefe y su gobierno dispuestos a hacer desaparecer al pueblo palestino. Otra mano culpable es la de Biden, el presidente católico de una potencia imperialista, EEUU, juez y verdugo en muchas zonas del planeta, que sigue enviando armas y aviones para que bombardeen la martirizada Gaza. 

Mientras, el resto del mundo permanece en silencio viendo como Belén, tan celebrada hoy por el nacimiento de un niño entrañable para millones de personas, ha sido destruida hasta sus  últimos cimientos, junto a otras poblaciones hermanas de un pueblo, el palestino, al que no se le ha hecho justicia. Raquel lloraba sin consuelo porque sus hijos estaban muertos; hoy, Fátima llora con la misma pena, el sufrimiento que corroe las entrañas de todas las madres de la historia de este mundo que lloran desconsoladamente porque sus hijos ya no viven.