EVOLUCIÓN DE LA IGLESIA, LOS
MINISTERIOS Y LA EUCARISTÍA.
Introducción: Un amigo,
preocupado por la Iglesia, me preguntó acerca de qué pensaba de la celebración
de las eucaristías sin presbíteros (sacerdotes). He aquí mi respuesta.
La celebración de la Eucaristía
va unida hoy a la facultad que tienen las personas ordenadas- sacerdotes y, por
tanto, obispos- de ser oficiantes. En el pensamiento oficial de la Iglesia
Católica no cabe que personas no ordenadas- laicos y laicas- puedan oficiar, ni
siquiera presidir las eucaristías. Esto está claro para cualquier practicante
católico. La pregunta es, entonces:
¿Es lícito que un no consagrado
pueda oficiar la eucaristía? Y yendo más lejos, también podemos preguntarnos, a
la vista de una opinión que está tomando fuerza en algunas comunidades: si
Jesús nos dejó el mandato, (“haced esto
en memoria mía”), ¿no será la comunidad
el verdadero oficiante de la
eucaristía y receptora de la comunión,
al mismo tiempo?
Desde mi modesta opinión, para
responder a la pregunta anterior habría que consultar cómo y cuándo surgieron
los ministerios en la Iglesia, porque la presidencia oficiante de la eucaristía
está actualmente soldada a las personas consagradas, y por lo que hemos podido
comprobar esto no fue siempre así.
Abundando en este tema, Xavier Picaza, en su último libro: “La
novedad de Jesús. Aportación y legado”, escribe: “Hoy tras veinte siglos de
Iglesia, no podemos volver a las comunidades paulinas, ignorando lo que después
ha sucedido. Pero tampoco podemos olvidar que al principio era distinto. La
distinción posterior entre clérigos y laicos, sacerdotes y seglares, no existía”.
“El movimiento de Jesús no necesita rabinos (escribas), políticos o sacerdotes,
sino servicio de amor”.
Sin embargo, las afirmaciones anteriores necesitan matización y el autor lo hará en la
parte del su libro dedicada a los
ministerios, carismas y servicios en la Iglesia (las Iglesias).
Sabemos que Jesús no instituyó
ministerios, sino que van apareciendo y
desarrollándose según las necesidades y circunstancias de las distintas
comunidades. Para la teología católica estos ministerios están inspirados por
el Espíritu Santo, cuya presencia y asistencia en la Iglesia prometió Jesús ante la inminencia de su marcha, de su segunda
venida y, por tanto, de un rápido advenimiento del Reino de Dios. Él y sus
seguidores- los doce, discípulos y las mujeres- llevaban en su mayoría una vida
itinerante y tenían conciencia de la provisionalidad de todo. Según San Juan,
cuando se va acercando la hora de su pasión y muerte, Jesús ve claro que ha de
despedirse de sus amigos y prefigura de alguna manera a Pedro como responsable
de la comunidad que había de dejar.
Cuando Jesús muere, Pedro queda
como la cabeza visible de la Iglesia. Más tarde, cuando toma la decisión de
evangelizar más allá de Palestina, es Santiago, el hermano de Jesús, el que se
hace cargo de la comunidad de Jerusalén hasta que fue sacrificado.
Es en Lucas, cuando se hace
referencia a los primeros presbíteros, atribuyendo a Pablo su institución como
tales. Pikaza piensa que este dato de la constitución de los presbíteros no es
histórico y que, por tanto, Pablo no impuso las manos- procedimiento de
institución- a nadie para que quedaran investidos como tales. Según este autor, “Lucas proyecta sobre Pablo
la praxis posterior de sus iglesias”. Considera un hecho natural que tras la
desaparición de Pablo se suscitara un ministerio de ancianos, que al mismo
tiempo actuara constituido con obispos o supervisores de la comunidad, cuidando
de las comunidades y custodiando el legado de Pablo.
Poco a poco la Iglesia va tomando
conciencia de su propia identidad y se va dando ministerios nuevos de servicios
de la Palabra- predicación y catequesis- y
se suscitan nuevos apóstoles, profetas y maestros (=doctores o sabios).
Otros servicios fueron implantándose en las comunidades paulinas para dar
respuesta a las necesidades que iban surgiendo. Mención especial merece para
aclarar nuestras dudas “los servicios silenciados”, entre ellos, los servicios
administrativo y litúrgico. Transcribo aquí las palabras del autor por ser muy clarificadoras: “Este silencio de
Pablo…resultaría inexplicable en una Iglesia
posterior, donde se acentúan
precisamente los ministerios
jerárquicos de dirección y presidencia sagrada: obispos y presbíteros
serán ministros de la eucaristía (como,
por ejemplo, en la Iglesia de hoy. La cursiva es mía). Sin duda, la
celebración es importante y aparece en este contexto (1Cor 11,23-33), pero no
exige un ministerio distinto: no se necesitan personas especiales para presidirla,
pues la misma comunidad reunida puede y debe hacerlo”. Pablo, el fariseo
converso, conocía bien la Ley, la jerarquía y dignidades judías, pero veía que
no era compatible con Cristo una estructura de poder sagrado. Para él, la
autoridad y servicios de la Iglesia residían en la Palabra y en el Amor.
Concibe la Iglesia como un Cuerpo, pero no jerárquico sino constituido por
carismas y funciones complementarias y solidarias entre sí. Por tanto, la
Iglesia que Pablo concibe sí tiene ministerios “pero no se funda en ellos: no
necesita leyes, armas ni dinero. Tiene algo mayor: la palabra que ama” (Pikaza.
“La novedad de Jesús”).
Pablo o sus sucesores en las
Cartas Paulinas escriben sobre obispos y diáconos. Los obispos son
supervisores o inspectores de las comunidades y los diáconos servidores de la comunidad. Hay, por tanto,
en las comunidades paulinas ministerios, con determinadas funciones, que
también puede ejercer los miembros de la comunidad, pero estas funciones, que
se asignan a determinadas personas como servicios a la comunidad no son jerárquicas
ni su ejercicio supone poder o dominio sobre los hermanos. En Rom 12.4-10, se
comprueba esta afirmación cuando Pablo trata a la Iglesia como un cuerpo
constituido por carismas complementarios entre sí y no superiores unos a otros.
Todos los componentes de la comunidad eclesial son ministros o servidores, ya
que todos sus miembros son administradores y portadores de la palabra y obra de Cristo.
Según Pikaza, Pablo ha invertido el orden antropológico de la sociedad civil y
religiosa de su tiempo, influida por la organización judía y romana, pues
concibe una comunidad de iguales donde quienes mandan no son los Sabios y
honorables como en el orden social de su tiempo. Siguiendo las enseñanzas de
Jesús, considera a los últimos que se
encuentran fuera del sistema, como más respetables e importantes. De acuerdo
con este orden de cosas, tampoco los ministerios están vinculados a los
varones, ya que como se puede leer en Filipenses 4, 2-3) las mujeres desempeñan
servicios a sus comunidades. Las mujeres fueron testigos de la resurrección de
Jesús; Marta y María hospedaron a Jesús en su casa. Las casas eran las sedes de
las comunidades, y Marta no era criada, ni estaba ligada a hombre alguno, sino
que era dueña de su casa, diaconisa, pues la presidencia de las comunidades la desempeñaban los propietarios y propietarias que acogían a las comunidades
(Pikaza). Sin embargo, la tradición de la Iglesia ha marginado en extremo a las mujeres
despojándolas de todo ministerio. Durante mucho tiempo desempeñaron y aún en
nuestro tiempo ejercen funciones subalternas:
camareras de la Virgen, limpiadoras, administradoras del dinero, cuidadoras de
los consagrados y consagradas, encargadas del ropero, etc. A pesar de todo,
hoy, se ve un cierto despegue en sus atribuciones: leían en la Iglesia, cuando
Juan Pablo II ponía el grito en el cielo; hoy, dan la comunión; presiden la
celebración de la Palabra en algunas comunidades. Como se ve el movimiento de renovación es imparable
aunque vaya lento. Lo que antes nos parecía malo y prohibido, hoy se toma con
suma naturalidad. A veces, recibo la comunión de una mujer, de un laico o del
mismo sacerdote. Estamos, pues, en una época de transición, en la que el
Espíritu está hablando en la Iglesia, mediante hechos y nuevas costumbres, y no
sabemos adónde este proceso va a ir parar; posiblemente, a la equiparación
ministerial de las mujeres con los varones. Para ello, será necesario que los
ministerios se conviertan en diaconías, en servicios, no investidos de
autoridad y poder; ejercidos algunos de ellos temporalmente y sin que la
condición de acceso sea el celibato obligatorio.
En conclusión, me aventuro a
decir, tras la hipótesis del párrafo anterior que la Jerarquía se va a ver
obligada a investir en los ministerios a laicos y mujeres ante la escasez de
sacerdotes, que parece no tener fin, según una noticia que he leído últimamente
en “elpais.com: “La Iglesia Católica se vacía de seminaristas, sacerdotes y
religiosos”. Por este motivo, creo que no es ilícito o perjudicial para la
Iglesia que se vayan realizando experiencias de eucaristías, de forma gradual, en las que
consagra la comunidad cristiana, aunque haya una persona que presida- laico o
laica- y pronuncie las palabras: “Tomad y comed…Tomad y bebed…”
¿Qué hago yo? ¿Cuál es mi
postura? 1º) Normalmente, voy a la eucaristía los domingos y festivos y acepto,
por supuesto, sin ningún problema recibir la comunión de un laico o laica, tras
la consagración realizada por un presbítero. 2º) Creo que, en nuestras
comunidades, si hay un presbítero, por cortesía y costumbre ministerial hemos
de darle la preferencia para que presida y consagre. 3º) Estoy de acuerdo con el Moceop en que ha llegado el momento propicio con Francisco para que este autorice a los presbíteros casados, que lo deseen, a volver al ejercicio ministerial del que fueron separados. Ellos también pueden desempeñar en estos momentos de ausencia de vocaciones un excelente y necesario papel en nuestras comunidades.4º) Si no lo hubiera , y más
por ausencia consciente debido al miedo a que el obispo de la diócesis pudiera tomar medidas contra ellos por oficiar la eucaristía de determinados grupos no bien vistos por la Iglesia , ¿no deberíamos ensayar
alguna vez lo que yo llamaría para entendernos “la consagración comunitaria”?
¿Cuándo? Siempre que todos los asistentes estuviesen de acuerdo y no les
supusiese un problema de conciencia o escándalo. En el Grupo Cristiano de
Reflexión y Acción vamos a tener el problema de no disponer de un presbítero. En ese caso, ¿hemos de
privarnos de celebrar juntos la eucaristía?, presidida por un laico o una laica, pronunciando siempre las palabras: "Tomad y comed..."Tomad y bebed..." 4º) Particularmente, animo a que se asista a una de esas
“eucaristías comunitarias”- la denominación puede no ser satisfactoria- y
compruebe cada cual por sí mismo el
valor de la experiencia y si el Espíritu habla a través de esta nueva forma de
celebrar la eucaristía. Por otra parte, hay comunidades muy hechas que realizan la experiencia en unos límites determinados, sin escándalos ni ostentación
para probar quién es más renovador o progresista. Es posible que al principio
se pase mal, por propia experiencia, lo
sé; pero el evangelio nos pide individual y comunitariamente la renovación por
el Espíritu. Luego, según cada cual,
según su conciencia, decida en libertad.
Recuérdese, además, toda la Historia de la Iglesia y cómo los ministerios se
van imponiendo con un carácter jerárquico copiado de Roma. La figura del obispo
llega a suplantar en algunas afirmaciones al mismo Cristo, subrayando la
obediencia como excelsa virtud cristiana
y no el carácter profético del evangelio y el amor y cercanía a los pobres.” De
aquellos barros, estos lodos”. Quizás, hubo necesidad de la autoridad para que
la barca de Pedro pudiera seguir navegando a través de la historia en medio de tantas dificultades y de la complejidad cada vez mayor de la
vida y del mundo, ¿pero, de verdad, fue necesaria tan férrea autoridad, tanta
que sometió al Pueblo de Dios a un anonimato y pasividad
en ceremonias y concilios, e incluso haciendo pagar a la gente sus presuntos o
reales desvíos con severos y crueles
castigos?
Espero
no haber aburrido con este extenso texto,
pero, que a la vez, me ha
servido para posicionarme gradualmente en la cuestión planteada.
Francisco González.
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