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sábado, 20 de marzo de 2010

DEFENSA DE LAS HUMANIDADES Y EL ARTE EN EL CONTEXTO DE NUESTRO TIEMPO

DEFENSA DE LAS HUMANIDADES Y EL ARTE EN EL CONTEXTO DE NUESTRO TIEMPO

En 2005, la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC) remitía a las autoridades educativas del momento un manifiesto, suscrito por 2.635 escritores, académicos, rectores de universidad y profesores en el que demandaban, ante la reforma que se proyectaba llevar a cabo en el sistema educativo, la protección de la enseñanza de las Humanidades, mediante un acuerdo que asegurara su calidad y un nivel suficiente de contenidos en las materias humanísticas(Filosofía, Arte, Hª de la Literatura, Geografía y Lenguas Clásicas-Latín y Griego)-. La SEEC y los expertos que suscribían el manifiesto daban, entre otros, tres argumentos de peso a favor de la bondad de estas enseñanzas: 1º) Que sus conocimientos fundamentan la formación de “auténticos ciudadanos dotados de criterio propio, y no simplemente trabajadores útiles para un mercado cada vez más competitivo y globalizado”.2º) Que el estudio de las lenguas clásicas supone un excelente medio cultural para comprender el legado de la civilización occidental, la vida y cultura que nos ha tocado vivir y los valores que nuestra civilización ha extendido y compartido con personas y pueblos a lo largo y ancho del mundo. 3º) Que las lenguas clásicas permiten como un valor en sí mismas el conocimiento y práctica de la lengua nativa, la comunicación con el resto de países de la Unión Europea y la intelección de la terminología científica al uso.
No menos importante, fue, a mi modesto entender, la Declaración institucional del Consejo de Gobierno de la Universidad “Pablo de Olavide en defensa de las Humanidades, en la que se destacaba el carácter “inexcusable” de esta área del saber, cuyo objeto de estudio, “el hombre”, es definido y cualificado como “singular”, “único”,”fundamento” y “origen”de todo conocimiento. No obstante la densidad de los razonamientos antes expuestos, quizá, lo más novedoso, y menos tratado en las instancias de este tipo, sea la relación conflictiva que ambos documentos establecen entre el retroceso académico de las materias humanísticas y la actual configuración del mercado, cada vez más competitivo y globalizado, para la SEEC, y un mercado que impone sus condiciones, para la U. “Pablo de Olavide”. Ambas instancias destacan la puesta en valor de las Humanidades que forman verdaderos ciudadanos y ciudadanas con “criterio propio”, capaces de “pensamiento crítico”, frente a un mercado, convertido en sujeto de la mayor personificación que se puede atribuir a un ser inanimado. Para los teóricos oficiales de la economía neoliberal el mercado “se regula solo”, “está remiso”, “alegre”, “se mueve”. Si alguien de este parecer puede pensar erróneamente en la inutilidad de la poesía que da “vida” a los seres no naturales y a las ideas, ¡qué se puede decir de la engañosa “personalidad” que se le atribuye al mercado, al que se traslada la responsabilidad de los desarreglos económicos y sociales de nuestro tiempo! Es este sistema algo así como una “enorme boca”, que dirigida por la inteligencia humana con el objetivo de conseguir el máximo beneficio, engulle a “trabajadores” que han de ser necesariamente “útiles”, como afirma la “Sociedad Española de Estudios Clásicos”, a la vez que esta Sociedad nos da el antídoto para la formación de un tipo de personas que se opongan a ser utilizadas en aras de intereses estrictamente económicos: este antídoto es el saber humanístico. Siguiendo con la reflexión, se me ocurre pensar que Las Humanidades y el Arte pueden ser medios, y no de menor importancia, entre otros, que hagan frente al llamado “giro antropológico” que filósofos modernos, antropólogos, teóricos del trabajo y teólogos comprometidos con la realidad han detectado en nuestra sociedad y que el hombre y la mujer de la calle capta por la vía de la praxis: las necesidades básicas humanas están siendo mutadas por la generación de deseos superfluos que conducen a un elevado índice de consumismo y a la consideración de la persona trabajadora como mercancía. La actividad humana, cada vez más condicionada por las demandas de la vida moderna, se está haciendo menos versátil, con pocas posibilidades de estar orientada, entre otras facetas de la existencia, a la cultura, a la contemplación, a la lectura reposada, al uso de la palabra sin crispación, al libre juego de la creación, al encuentro gratuito y satisfactorio de interlocutores que se entretienen en una tertulia o en la conversación; al trabajo como juego y donación, a la satisfacción del impulso vital de cada uno de manera bondadosa, justa y agradable. El Humanista prefigura en su imaginario todo ese rosario de dones que constituyen la materia prima de sus sueños por un mundo distinto. No podemos olvidar en este inventario incompleto de instrumentos al servicio de una vida más feliz y respetuosa con los demás, la palabra, hablada o escrita, que expresa nuestras ideas y sentimientos. Nos abre a nuestros semejantes. Sin ella son imposibles los rasgos de gratuidad relacionados anteriormente, y que consideramos muy importantes porque configuran la vida nueva que vivimos y queremos seguir viviendo los amantes de las Letras y de las Artes. Entonces, después de todo lo expuesto, ¿ cómo nuestros niños, adolescentes y jóvenes pueden conocer y vivir este Ideal que describimos, si se les niega o reducen tales contenidos, actitudes y habilidades en las etapas de su formación escolar o universitaria? Me surge esta pregunta porque de nuevo, hoy, a la altura del año 2009, aparecen voces denunciando que las materias humanísticas no van a recibir en la estructura académica del “Plan Bolonia” el tratamiento que se merecen, quedando postergadas a un papel secundario por su “presunta desvinculación con los intereses de empresas y mercado”. Con ocasión de la introducción de las titulaciones de grado en las asignaturas de nivel universitario, las carreras científicas van a ocupar la primera categoría en orden a su pretendida eficacia y rentabilidad, y los estudios humanísticos, una categoría inferior.
Qué hay en este aparente o real rechazo a las Humanidades: desvaloración, escepticismo o miedo? Ya hemos comentado como la teoría economicista de la vida y de la cultura se ha introducido en el sistema educativo planteando divisiones del saber en categorías convencionales. Sin embargo, habría que hacer un estudio de la génesis del pensamiento en los últimos 159 años para comprender, en primer lugar el escepticismo con el que afrontan las autoridades educativas actuales estas enseñanzas. D. José Ortega y Gasset se quejaba ya en 1931 de la falta de fecundidad filosófica de la segunda mitad del siglo XIX. Las teorías mecanicistas en boga durante cierto tiempo, en aquella época, reducían a leyes el funcionamiento de la vida, del mundo y del mismo individuo, por el afán de sus seguidores de conseguir el conocimiento objetivo e inmediato de tales leyes, Más tarde, antes los avances en psicología y fisiología, los neokantianos pusieron en duda las afirmaciones del materialismo mecanicista, por su incapacidad para alcanzar un conocimiento cabal de la realidad. El hombre era algo más que un simple mecanismo regidos por leyes. En calidad de sujeto pensante realizaba un activo papel en la consecución del conocimiento. Sin embargo, a pesar del indudable avance en la conceptuación del hombre, la doctrina neokantiana estaba marcada por los límites que Kant había puesto a la metafísica como conocimiento independiente de la experiencia y la relación de dependencia de la teoría del conocimiento a las ciencias naturales exactas. A finales del siglo XIX y principios del XX, con la aparición del positivismo lógico asistimos a un fuerte rechazo de la metafísica, Sus seguidores la acusaban, con motivos, de pretender conocer la realidad mediante conceptos vacíos cuyos significados en nada se correspondían con el mundo real. A juicio de los positivistas lógicos, los fenómenos físico -naturales sólo se podían representar por el lenguaje exacto de las matemáticas y de la lógica, susceptibles de corresponderse con aquellos. A lo largo del siglo XX se produce la tensión entre la autoafirmación del yo como identidad, por una parte, y el vaciamiento metafísico de la individualidad. En ese concepto de la identidad o del yo se puede “echar” ya lo que se quiera: la conceptuación de un sujeto humano que se configura a sí mismo históricamente, mediante un cierto determinismo económico, cuyas manifestaciones culturales, religiosas, artísticas y filosóficas, propias del espíritu se consideran falsas por ser superestructuras ideológicas. O también, y en sentido opuesto, la negación objetiva de la razón, la razón mitológica que denomina el filósofo y profesor de la UNED, Diego Sánchez Meca. “Los filósofos de la Ilustración, atacando la religión en nombre de la razón, lo que eliminaron no fue sólo la creencia o las Iglesias cristianas, sino al mismo tiempo la metafísica y el concepto objetivo de razón(...)como órgano de comprensión de la verdadera naturaleza de las cosas...”, escribe Sánchez Meca. Este proceso dio lugar a “la reducción de la razón instrumental: la cosa es comprendida desde su relación con el sujeto y sus intereses”.Lo que pudo ser una excelente ocasión para reforzar la subjetividad del sujeto, tan importante en las obras de creación literaria y artística, se malogró al interpretarse la razón humana como “un puro mecanismo mental que valora las cosas “por sus efectos y por sus rendimientos”; sólo en el arte, de acuerdo con Adorno, se supera la instrumentalización de la razón y la represión que el concepto ejerce sobre lo particular y diferente.

La evolución agónica y radical de la filosofía ha podido crear escepticismo hacia ella en las mentes pragmáticas y calculadoras de los artífices de las políticas educativas, de los seguidores a ultranza de esa especie de cientificismo que quiere explicar todo lo humano de acuerdo con la leyes de las ciencias físico naturales, de los eficaces perseguidores de lo útil y rentable ¿Dónde situar en estas estructuras de pensamiento la necesidad del mito como motivador de expectativas culturales, la gratuidad y libertad que requiere la obra artística, el gusto por la narrativa histórica que coexista con el análisis de los procesos históricos, que nos haga, además, no sólo entender el pasado sino reconocernos en el presente? ¡Basta ya de manipulaciones en la interpretación de la ciencia histórica, para adaptar el pasado y el presente a la ideología de unos, y de recortes académicos, por parte del miedo de otros a no poder reconocer la imparcialidad real con que en la historia pueden tratarse los hechos y procesos del pasado que son objeto de su estudio! Las Humanidades necesitan también una defensa desde dentro, para ponerlas a salvo de aquellos que creen que su ductilidad en la forma las hace fácil presa de intereses ajenos al saber y la creación artística.

Al hilo de la argumentación en esta defensa del saber humanístico y del Arte, ¿no vemos la necesidad de la ética? ¿Qué hacer con ella-se preguntarán algunos-si el pensamiento instrumental la ha puesto fuera de circulación por no ser adecuada a los tiempos posmodernos? Pienso que es necesaria hoy más que nunca, ante la creciente manipulación de los medios de comunicación incitados por intereses del poder económico y político. Hoy más que nunca, vuelvo a repetir, hace falta la fuerza de las convicciones sinceras y sin tapujos. La ética puede ser una excelente aliada de las Humanidades, determinando con sus principios la inequívoca vocación de nuestras disciplinas de afirmar al hombre, varón y mujer, en la cultura de nuestro tiempo.
Gracias a los organizadores de este Seminario que lleva el nombre del maestro de la Retórica, D. Emilio Castelar, he tenido la posibilidad de exponer distintos aspectos del problema de las Humanidades en la vida académica y social de nuestro tiempo, inspirándome en sus objetivos, que giran sobre un eje vertebrador, la ética, y utilizando como herramienta de trabajo la Retórica. Ambas, unidas, constituyen una fuerza intelectual que funde el ejercicio eficaz y persuasivo, en nuestro caso, el habla, con la exigencia de lo bueno, lo justo y lo moral que nos aporta la ética. Esta última, sin la retórica, sería muda, y la retórica sin la ética sería un excelente ejercicio para el bien hablar o escribir, pero ciega. He aquí el feliz matrimonio de ambas para hacer la vida más agradable y de la cultura un medio de humanización.