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miércoles, 29 de agosto de 2012

Necesidad de la religión verdadera



NECESIDAD DE LA RELIGIÓN VERDADERA.
Cuando los sectores más representativos de la opinión pública hablan o escriben de religión lo hacen frecuentemente  desde la perspectiva de la devoción, el culto y las imágenes. Incluso, en los sectores más críticos, a veces, se califica de “meapilas” a cualquier persona que practica una religión, y, más concretamente, la católica.  Este adjetivo sustantivado, de significado despectivo, ha venido a sustituir al más refinado “beato o beata”, que en términos teológicos significa “hombre o mujer bienaventurado”//”beatificado por el Papa”, y que popularmente se le adjudica a la persona que “frecuenta mucho los templos” o de muchas prácticas religiosas, en ocasiones, superficiales.
Nos sugiere esta reflexión la extraordinaria actuación de la comparsa “La Serenísima” del genial autor carnavalesco Juan Carlos Aragón, hace unos días en el imponente escenario de la plaza de la Catedral gaditana, principalmente, una de sus secuencias, en la que dice que: “Quien necesite de Dios porque sea devoto que le rece a dos velas, como estamos nosotros…”, como está  nuestro pueblo por los efectos nocivos  de la crisis y los recortes.
¿Por qué  esta percepción peyorativa que los no creyentes tienen de los que practican una religión? Suponemos que es una consecuencia de la visión que la Iglesia y los cristianos- también instituciones y fieles de otras religiones- hemos dado del fenómeno religioso.
Durante el nacional-catolicismo un buen cristiano era el que iba a misa todos los domingos y fiestas de guardar. Faltar a un acto religioso de carácter obligatorio como la misa se consideraba pecado venial o mortal según la frecuencia de las ausencias. Esta obligación iba acompañada  de unas normas de moral estricta en lo sexual. La responsabilidad moral por pecados sociales como el robo, la estafa, la extorsión o la usura quedaba limitada al plano de la responsabilidad personal. Desde esta forma de entender la moral social, eran frecuentes las incoherencias de los creyentes entre sus prácticas religiosas y sus actuaciones en la sociedad. No era extraño ver a alguien que, a la vez que especulaba con el precio de las viviendas en su negocio inmobiliario, comulgaba con frecuencia porque su vida era “intachable” como cónyuge, padre o vecino. Este comportamiento propio de una moral disociada resultaba extremadamente escandaloso para los no creyentes, las víctimas de tales negocios inmorales e incluso creyentes con un sentido de la justicia más integral y equilibrado. En la práctica, el canon de la moral católica quedaba vedado a los comportamientos  económicos, sociales y políticos, a pesar de la vigencia de los principios y orientaciones de la Doctrina Social de la Iglesia.
La fidelidad de la Iglesia de España al Régimen Franquista provocaba esta esquizofrenia de carácter ético al no denunciar la inmoralidad de un sistema de poder que censuraba y perseguía todo intento de defender la libertad y la justicia social.
La primavera que supuso para la vida de la Iglesia el Concilio Vaticano II, considerado como el mayor acontecimiento espiritual del siglo XX, permitió aires de renovación en la institución eclesial, su acercamiento a las aspiraciones y necesidades del ser humano, una más profunda comprensión  del amor a Dios inseparable del amor al prójimo y la preocupación de la Iglesia por los problemas del mundo moderno. La cadena de acontecimientos que llenaron de esperanza este breve pero privilegiado periodo de la vida de la Iglesia de España fue extraordinaria: la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes, el compromiso de los movimientos y curas obreros, la proliferación de comunidades de base y de otras asociaciones cristianas que, no sólo dinamizaron la vida eclesial sino también el mundo obrero, los barrios, plataformas, sindicatos y partidos.
Esta explosión de lucha y compromiso hizo que personas ajenas al mundo católico y organizaciones laicas manifestaran una actitud abierta y colaboradora con los hombres y mujeres cristianos que militaban en los distintos campos políticos y sociales.
 Sin embargo, la intensidad del compromiso sociopolítico  no impedía que los militantes celebraran-en medio de la represión y persecuciones del Régimen- sus eucaristías y actos comunitarios de fe, cuyos signos litúrgicos se cargaban  de contenidos basados en las necesidades  y aspiraciones de los familiares, vecinos, compañeros y compañeras de trabajo y de los ambientes.
Cuando llegó por fin la ansiada democracia, muchos cristianos participaron de la ilusión de tantos españoles que  esperaban nuevos vientos de justicia y libertad. Las palabras del Cardenal Tarancón ante el Rey resonaron en el hemiciclo de las Cortes como anuncio de una nueva y respetuosa actitud de la Iglesia al proyecto democrático que se estaba gestando en España.
Todas estas circunstancias influyeron positivamente en el ánimo del mundo cristiano comprometido social y políticamente. Los militantes eran conscientes de las imperfecciones de la nueva criatura política que nacía tocada por las fórmulas de compromiso de fuerzas ideológicas muy dispares en ese momento  y se aprestaron, a pesar de todo, a una incansable tarea de construir y reconstruir las distintas realidades de la vida ciudadana.
Pasadas las primeras ilusiones democráticas, la política se profesionaliza, se agudizan los conflictos sociales como consecuencia de las drásticas y crueles reconversiones en el sector del metal. La sociedad española se conmociona no pocas veces por el terrorismo. Crece el paro y, aunque esta lacra social convive con el estado de bienestar tan laboriosamente conseguido, el trabajo disminuye progresivamente como un efecto perverso y estructural  del sistema neoliberal, sin que los responsables políticos aporten otra solución que el subsidio de desempleo. Un creciente consumismo que llega a ser desmesurado, coexiste con  la situación de paro y pobreza de varios millones de personas, confirmando este hecho los desequilibrios del sistema capitalista. Incluso, aumenta la exclusión social. A pesar de todo, casi milagrosamente, se mantiene la normalidad institucional.
En el campo religioso, la Iglesia va perdiendo la relevancia de los primeros momentos de la democracia. Nuevos vientos conservadores procedentes de Roma contribuyen a ello. Los conflictos con los gobiernos del PSOE por cuestiones bioéticas, educativas y sociales, que afectan directamente a la vida ciudadana, dividen a la opinión pública, cuando se ve a la institución eclesial muy cerca de sus causas de siempre y  lejos de los problemas de la población y de los sectores machacados por la crisis financiera. No sólo calla, sino que prohíbe la difusión del comunicado de La HOAC y de la JOC contra la Reforma Laboral del Gobierno en las iglesias de la Archidiócesis de Madrid. Creyentes y no creyentes perciben a  una Iglesia alejada  de los problemas de la ciudadanía;  de los que han perdido su vivienda a causa de la rapiña de los bancos; de los que se han quedado   sin trabajo por las leyes laborales injustas; de las víctimas de los especuladores financieros; de los familiares; de los discapacitados despojados  de las necesarias  ayudas económicas en estos casos,   o de centros que los acojan;   de las mujeres que son asesinadas a manos de sus parejas… Este conjunto de omisiones eclesiales  perjudican sensiblemente la misión de los movimientos obreros católicos, asociaciones cristianas y comunidades de base, que se perciben  cada vez más aislados por la falta de apoyo al interior de la Iglesia, el alejamiento progresivo  de ésta  de los sectores más dinámicos de la sociedad y el rechazo  por parte de militantes laicos  de todo lo que “huele a Iglesia”. Cáritas y Manos Unidas mantienen el tipo, a pesar de todo, con su ingente y muy valorada  labor en favor de los pobres.
Recordando, finalmente, la secuencia citada de “La Serenísima” y otros tantos juicios de valor que corren por ahí sobre la fe y la religión, no se nos ocurre nada más que reconocer la necesidad de un culto más austero en tiempos de necesidades y lamentar, al mismo tiempo, como aquellos profetas del Antiguo Testamento la incomprensión de nuestros contemporáneos y de la mayor parte de la jerarquía católica a  la misión de los militantes cristianos en medio del pueblo.
¡Qué pena que el verdadero rostro de Jesucristo y su mensaje de liberación quede vedado a la opinión pública, a los intelectuales y artistas  del pueblo y a la gente sencilla por imágenes deformadas que nada dicen de su entrega a los pobres, enfermos, mujeres,  niños y demás rechazados de la sociedad, denunciando la postración de estos colectivos a causa de la injusticia!
¡Qué pena que  el testimonio  de hombres y mujeres, simples militantes y voluntarios de organizaciones minoritarias cristianas no sea más conocido para desterrar esa falsa imagen de que la fe y vida cristianas se reducen al culto, la devoción y “unas velas”!
Francisco González







Jesucristo y el Mundo Obrero


JESUCRISTO Y MUNDO OBRERO

Autor:
Francisco González Álvarez
Militante de la HOAC
http://www.redasociativa.org/hoac


 

1. ¿QUIÉN ES JESÚS DE NAZARET, EL LIBERADOR, PARA MÍ, PARA NOSOTROS?

Durante años la HOAC presentó el Cursillo de Jesús de Nazaret a fin de acercar a sus militantes al Jesús hombre y profeta, para que su figura y su mensaje pudieran ser entendidos por los obreros y obreras de la época de la Dictadura.
Fue una forma de familiarizar al pueblo llano con Jesús, sin el espiritualismo de la cristología desencarnada y alejada de la realidad imperante en aquel momento histórico que nos tocó vivir.  De esta manera, el conocimiento y vivencia acerca de Jesús de Nazaret, el Jesús histórico, facilitaba el seguimiento del Hijo de Dios hecho hombre y la encarnación en el mundo obrero de los militantes de la HOAC.

Más tarde con la consolidación relativa de los valores democráticos y la justicia social, parecía que la misión liberadora del cristianismo social se había cumplido.  El advenimiento de las instituciones democráticas, los partidos, sindicatos y asociaciones invitaba a los militantes cristianos a participar en la tarea de la construcción democrática y social del país.  Por ello, se consideraba en los ambientes laicos y en algunos sectores de las mismas organizaciones cristianas que éstas podían disolverse o integrarse en las formaciones políticas y sindicales.  De hecho, muchos cristianos que habían luchado por la justicia y libertad abandonaron la Iglesia y sus movimientos para dedicarse de lleno a la acción política sin referencia o con una relación muy débil a cualquier inspiración cristiana.  Jesús, la figura inspiradora de tantos esfuerzos y luchas de muchos militantes, quedaba reducida a la de un líder revolucionario más, del que interesaba exclusivamente su sentido de la justicia y liberación del ser humano, y no los aspectos más trascendentes de su vida y mensaje que lo convertían en Jesús, el Cristo.

Consciente de esta situación, la HOAC elaboró hace algún tiempo el llamado Cursillo de Jesucristo, en el que se da un itinerario de su vida, obra y mensaje, apareciendo como hombre e Hijo de Dios desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección.  De esta forma se pretende facilitar el acercamiento a la figura de Jesús, relacionándolo con el ambiente de su época, poner las bases para el encuentro con Jesús, el Cristo y profundizar en las implicaciones del seguimiento de Cristo como expresión de nuestra fe en el Resucitado.  Se fundían así humanidad y divinidad en Jesús, liberación humana y salvación como contenidos de su mensaje, intentando alejar los riegos de espiritualismo propio del nacional-catolicism
o y el temporalismo político excesivo propio de la época de la lucha por las libertades.

Dicho esto, en el momento presente de la realidad de la HOAC, nos podemos preguntar: ¿Quién es Cristo para mí? Cristo es el hombre Jesús que vivió en constante e íntima relación con Dios al que llamó “Abba”, “Padre”.  Esta profunda relación con Dios se traducía en fidelidad al servicio del Reino.  Jesús vivía al mismo tiempo una doble fidelidad a Dios y al Reino, invitándonos a seguirle y mostrándonos así el camino a recorrer.  Éste es un camino acompañado por el Dios del Reino que Jesús nos anuncia y que se hace presente en la historia con decisión de salvar al hombre.  La fidelidad de Jesús al Padre es inquebrantable.  En ella se apoya su fe en Él, porque Jesús es el creyente por excelencia.  También vive su fe en unas circunstancias históricas, en medio de los acontecimientos, encarnada en la realidad de las personas que le rodean.  En consecuencia, puede resultar sospechosa de “espiritualista” toda oración que no tenga en cuenta las necesidades de los hermanos, sus sufrimientos y aspiraciones, y que, luego, no se traduzca en acciones personales y comunitarias que remedien tanto dolor y angustia como hay a nuestro alrededor.

Cristo es el Jesús hombre que, con plena libertad y decisión, nos libera de los falsos dioses o ídolos opresores, que se afirman en la historia a costa de la dignidad, la libertad y aun la vida de los seres humanos.

No obstante esta rotunda actitud de Jesús, durante muchos años se ha utilizado el nombre de Dios para justificar guerras santas y sacrificar muchas vidas humanas; se han autorizado diferencias indignantes entre las clases sociales, las razas, las culturas, los sexos y los pueblos; incluso, se han legitimado en nombre de Dios poderes económicos y políticos lesivos para la dignidad y la integridad de las personas, lo que ha hecho que numerosos pensadores hayan vinculado la idea de Dios a la de opresión, no viendo otra salida para la liberación y salvación del ser humano que la negación o muerte  de Dios.  Por tanto, podemos preguntarnos: ¿cuál es nuestra responsabilidad actual para que esta imagen de Dios no siga presente en la mente, principalmente, de las personas cercanas de los modestos ambientes en que vivimos?  ¿De qué manera podemos librarnos de los ídolos del culto mágico por el que todo se cree obtener de Dios?  ¿Cómo librarnos también del dios-dinero que tanto entusiasmo produce en las masas consumistas de nuestro tiempo?  Recordemos simplemente la frase de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24 y Lc 16,13).  Vivimos así en un mundo adormecido en el que la idea de un Dios comprometido con el hombre va resultando extraña y anacrónica.  Si la vida de Jesús estuvo caracterizada por intentar librar a la Humanidad de las falsas imágenes de Dios, ¿por qué seguimos enmascarando el verdadero rostro de Dios con devociones y actos de culto vacíos que nada dicen a los hombres y mujeres de hoy?

1. JESÚS ES PROFETA Y MAESTRO, PERO DIFERENTE.
Con su mensaje y praxis de liberación al servicio del Reino, Jesús proclama la Buena Noticia de liberación para los pobres y trastoca los valores de las estructuras injustas que se oponen a la fraternidad, solidaridad e igualdad de todos los seres humanos.

En la solemne declaración en la sinagoga de Nazaret, Jesús lee y comenta un texto de Isaías.

“Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los ciegos ven y los cojos andan,
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,
los muertos resucitan
y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia
y ¡dichoso el que no se escandaliza de mí!”

Estas palabras que Jesús lee y se adjudica constituye el carné de identidad de su misión; tienen carácter de programa.  En ellas se insiste, como en las bienaventuranzas, en el anuncio de la Buena Noticia a los pobres materiales.  En los pobres se juega la presencia del Reino.  Jesús se dirige a los que tienen hambre y sed, están desnudos, enfermos, abandonados o encarcelados.  Escandalizó comiendo con los pobres y pecadores, curándolos sin acepción de personas.

No obstante el perfil de su vida y mensaje revolucionarios, Jesús no fue propiamente un reformador social, ni un líder político.  Era un hombre   enteramente de Dios, el Hijo encarnado, fiel a la voluntad de su Padre, el profeta de la salvación consagrado totalmente a la causa del Reino.  Tampoco fue un rabí o maestro al estilo de la época, consagrado a interpretar las Sagradas Escrituras en las que lee la voluntad de Dios.  Él va más allá y lee esta voluntad divina en la Creación y en las situaciones concretas de la vida.  Sale al paso de la gente y actúa.

Tampoco es un profeta como los de Israel que pretenden estar legitimados para hablar en nombre de Dios, para desvelar las verdades ocultas e incomprensibles.  Jesús explica con palabras sencillas su idea del Reino y se compromete; provoca una crisis radical en quien lo escucha.  Es perseguido a toda costa y condenado por “blasfemo” y “guerrillero”, sufriendo un doble juicio, uno, religioso, ante las autoridades religiosas, y otro, político, ante las autoridades romanas.

2. ¿QUÉ PRETENDIÓ JESUCRISTO EL LIBERADOR CON EL ANUNCIO DEL REINO?
Jesús no pretendió decir cosas nuevas a toda costa, aunque su mensaje tenga mucho de original.  Sí dijo en positivo lo que otros anteriormente sentenciaron de forma negativa: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros”, con el mismo significado que la máxima negativa que el filósofo Thales de Mileto (600 a.C) propuso en su tiempo: “No hagas el mal que veas en otros”: Pero Jesús no prohíbe, anima a hacer el bien.  Por esta razón, la predicación del Reino por Jesús no afecta sólo a la conversión de las personas, sino también a su entorno como liberación de convencionalismos y de leyes que atenazan las conciencias.  Quiere librar a sus contemporáneos de los preceptos de escribas y fariseos que imponen pesados fardos a los demás mientras que ellos ni con el dedo quieren moverlos (Mt 23,3-4).  Quiere que nosotros vivamos en justicia y en verdad no exigiendo a los demás lo que no podemos cumplir, evitando así el fariseísmo y la hipocresía que surgen del desfase entre lo que decimos y lo que realizamos, entre lo que practicamos en el culto y lo que luego hacemos en la vida ordinaria.  El Reino constituye, por consiguiente, una revolución del entorno y del mundo de las personas.

3. EL REINO DE DIOS NO ES UN LUGAR CONCRETO, SINO UN NUEVO ORDEN DE COSAS.
No queda reducido a la liberación de esto o de aquello, del pecado, de la opresión política de un determinado régimen o de las dificultades económicas del pueblo.  Sin obviar estas situaciones, necesarias pero no suficientes para una concepción amplia del Reino, éste lo abarca todo: el mundo, el hombre y la sociedad.  Toda realidad debe ser transformada por Dios.  Jesús dice en Lc 17,20-21: “El Reino de Dios ya está entre vosotros”.  Por tanto, de aquí la importancia de que los militantes redescubramos que somos “las manos de Dios” para extender este Reino en cualquier ambiente, por insignificante que sea, en bien de los seres humanos próximos o lejanos, conocidos o extraños.  Pero más allá de nuestro mundo y de nuestras modestas acciones, el Evangelio prevé un futuro para el Reino..  Donde todo será restaurado, los hijos de Dios encontrarán la casa paterna, toda hambre y toda sed serán saciadas y se desbordará la risa alegre del tiempo de la liberación (Lc 6,21).  Finalmente, podríamos decir que este Reino de Dios no es solamente espiritual, sino que abarca toda la realidad material, espiritual y humana, hundiendo sus raíces en la proximidad de Dios‑Padre.

4. ¿CÓMO ENCARNARNOS HOY?  ¿CUÁL Y CÓMO DEBE SER NUESTRO COMPROMISO DE MILITANTES HOACISTAS EN ESTA SOCIEDAD?
En el ambiente de indiferencia y pasividad en que vivimos no es fácil contestar a esta pregunta, sobre todo a su segunda parte: ¿cómo debe ser nuestro compromiso en la sociedad actual?

La HOAC, fiel a su misión, se ha esforzado en contestar a esta pregunta en cada momento histórico que le ha tocado vivir desde su fundación, consciente de lo que representa Jesucristo y el Reino anunciado por Él para los cristianos y militantes comprometidos por su fe.  Una prueba de este empeño de la HOAC la tenemos en la ponencia marco desarrollada en su X Asamblea General.  En ella se trata el testimonio que la HOAC debe dar en el mundo obrero, creando en sus militantes la conciencia de la situación real del mundo del trabajo, de sus problemas, de la necesidad de soluciones y de la propia liberación del mundo obrero.  Los militantes hoacistas han de trasladar esta preocupación al conjunto de los trabajadores y a las organizaciones sindicales.  Han de esforzarse para que la Iglesia asuma también esta conciencia implicándose y complicándose en tales problemas obreros.  Pero el militante de la HOAC no debe olvidar que esa conciencia obrera ha de estar impregnada del Evangelio que da respuestas profundas y esenciales a las situaciones, iluminando su discernimiento y actuación.

Además, para que estos objetivos sean posibles, hace falta que la HOAC critique y depure los elementos negativos que la cultura dominante está generando, paralizando, en consecuencia, las actitudes, los comportamientos,
, las estrategias, las reivindicaciones y luchas de las organizaciones obreras y de los trabajadores y trabajadoras.  Se hace preciso también el diálogo de la HOAC con las ideologías que hoy permanecen en el mundo obrero, para transmitir esa conciencia de liberación de la que hablamos, para asumir los valores de esas ideologías que sean compatibles con la conciencia cristiana.  Finalmente, la HOAC ha de tener como primer y último referente a Cristo, ideal de nuestras vidas, exigencia de liberación para el mundo obrero y la sociedad, creando a su vez en la Iglesia la conciencia de que ha de difundir toda ella este ideal en el mundo.

Se nos ocurre pensar que, en el momento de recesión que pasa la HOAC diocesana, todo ha de hacerse con realismo y humildad conscientes de que nos faltan medios para poder dar respuesta a las exigencias aquí explicadas.  Necesitamos de la ayuda de Dios para ser capaces de estar a la altura de los retos que se nos plantean.  Sólo así estaremos en mejores condiciones para responder teórica y prácticamente a una pregunta fundamental que nos “trae de cabeza”: ¿cómo encarnarnos hoy?.  Sabemos bien que sin encarnación no hay compromiso.

En la ponencia marco, La HOAC responde de manera radical con tres exigencias a la pregunta que nos formulamos:

1) Vivir la pobreza evangélica desde la opción por los pobres en el mundo obrero, y para ello vivir pobremente y renunciando a todo lo que nos impide hacerlo.  ¿Hasta dónde podemos nosotros militantes diocesanos cumplir esta exigencia?

2) Es necesario conocer todo lo que atañe al mundo obrero: historia, utopías obreras, luchas... haciendo un discernimiento cristiano de todos estos temas, dedicando a esta tarea el tiempo necesario.  ¿Qué tiempo empleamos en el conocimiento, discernimiento de los problemas obreros?  ¿Y en la actuación?

3) Debemos oponernos desde el Evangelio, la Doctrina Social de la Iglesia y desde la aportación de las ciencias sociales a todo lo que constituya manipulación, explotación y dominio para el mundo obrero.  ¿No solemos ser un poco torpes a la hora de responder personal y comunitariamente a esta exigencia?

• EL COMPROMISO.
1)  Nuestro compromiso ha de ser realista, adaptado a las posibilidades de cada uno.

2)  Ha de ser pluriforme.  Las personas que nos acompañan en la vida, el ambiente que nos rodea, las posibilidades físicas, psíquicas, intelectuales y sociales del militante determinan el contenido de nuestro compromiso.

3)  Ha de ser personal y comunitario al mismo tiempo.  Por el compromiso comunitario orientamos el compromiso personal, y, con este fortalecemos el compromiso de toda la Hoac.

4)  Ha de ser un compromiso apostólico, evangelizador, consecuencia del seguimiento de Jesucristo y fruto de una lectura creyente de la realidad y el discernimiento cristiano.

5)  Que las personas y colectivos destinatarios de nuestro compromiso personal y comunitario puedan crecer en amor, justicia y solidaridad.

6)  Un compromiso siempre abierto a hacer más y mejorar lo que nos traemos entre manos.

7)  Que, a la vez, nuestro compromiso esté fundamentado en la oración y en la eucaristía, lugares de encuentro con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

8)  Que sea un compromiso abierto a aliviar los sufrimientos, angustias y necesidades de las personas y colectivos del mundo obrero.

9) Que sea un compromiso que genere en el militante alegría, y gozo por el bien que se realiza.


A pesar de la enorme significación de la Persona en la que nos apoyamos, Jesucristo, hemos de ser realistas ante los contenidos y exigencias de la tarea que los hombres y mujeres de la HOAC tenemos por delante en la sociedad que nos ha tocado vivir.  Sólo, mediante procesos graduales de avance, complementados con revisiones de nuestro compromiso, pueden ayudarnos a ir alcanzando objetivos intermedios conscientes de nuestras limitaciones y de las que nos impone el medio exterior.


• BIBLIOGRAFÍA.

BOFF, Leonardo: Jesucristo el Liberador. Ensayo de cristología crítica para nuestro tiempo. Ed. Sal Terrae, 1987.

HOAC: Testigos de Jesucristo en el Mundo Obrero. Ed. HOAC, 1999.

LOIS, Julio: Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador. Ed. HOAC, 1995

Autor: Francisco González Álvarez.
Militante de la HOAC.