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viernes, 31 de julio de 2020

MI AMIGA "LA PALMERA" Y LA MANIFESTACIÓN DE NAVANTIA DE 29 DE AGOSTO.

  

            

MI AMIGA LA PALMERA TESTIGO DE LA MANIFESTACIÓN DE LOS COLECTIVOS DE NAVANTIA.


Hoy, mi amiga   la   Palmera ha sido testigo de la manifestación de los trabajadores de plantilla y de contratas de Navantia.  Allí estaba ella en medio de la aguerrida y colorista marcha de manifestantes, que lucían sus uniformes de trabajo de distintos colores, según los servicios y empresas auxiliares donde realizan su actividad laboral. Es verdad que había algunas mujeres, de hecho, la presidenta del comité de empresa es mujer y tiene un bonito nombre, Margarita; en un colectivo tan masculinizado como es el sector del metal. Sin embargo, mi grácil y esbelta palmera estaba también ahí, como una mujer más, aplaudiendo con el ligero movimiento de sus ramas, impulsadas por la suavidad del viento reinante, y despidiendo a los manifestantes que, tras los furgones policiales, avanzaban alertando con sus gritos, consignas y sirenas a un público bastante indiferente a los graves problemas que aquejan a la Bahía de Cádiz.


 Como un colectivo más de nuestro escenario laboral y social gaditano, los trabajadores de la empresa Navantia reclaman carga de trabajo, porque, al paso que van, los astilleros pueden encontrarse en una total parálisis.


Situaciones como estas me causan una profunda desazón, porque el mundo obrero y del trabajo ha de vivir siempre con la angustia a cuestas ante un futuro incierto por la posible pérdida de puestos de trabajo si las cosas no cambian. La realidad se dibuja de tal manera que parece que trabajar es un lujo que depende de la generosidad de los empleadores, si las circunstancias favorables dan empleo, o, en caso contrario, una “mala suerte” que deja hipotecadas su vida, la actividad laboral y la estabilidad de su familia. “Lujo”, “privilegio” o “mala suerte” son palabras que se utilizan para calificar la situación del trabajador o trabajadora según las circunstancias. Pero la verdad es que deberían oírse más, sobre todo en el sector empresarial y político, palabras como “derecho”, “dignidad” y “necesidad”. El despido y el paro consiguiente hacen pender de un hilo muy fino la seguridad económica y social de cada persona trabajadora y de la familia que tiene detrás, de tal manera que si este débil hilo se rompe, el destino es la pobreza y la exclusión social.


Malos tiempos corren para todos; basta leer la noticia reciente en los medios de comunicación sobre la encuesta realizada por el Colegio de Economistas a 32 socios sobre la situación socioeconómica de Cádiz y su provincia. Una mayoría muy representativa coincide en que se tardará dos años en volver al nivel anterior a la crisis de la covid-19, que ya era para muchos un grave motivo de preocupación. Y es precisamente en este momento tan desolador, cuando los colectivos laborales de Navantia no tiene carga de trabajo en su astillero.


Mientras la marcha iba dejando atrás la Avenida de las Cortes, a la altura de la segunda glorieta, le preguntaba a mi amiga la Palmera: ¿Qué será de estos trabajadores y esas pocas trabajadoras que los acompañan? ¿Superarán la falta de trabajo gracias a gestiones inteligentes de empresarios y políticos, o tendrán que seguir luchando por su pan y el de sus familiares?


Les deseo suerte y solidaridad.

Cádiz, 29 de agosto 2020.

domingo, 5 de julio de 2020

MI PALMERA HA IDO A LA PELUQUERÍA- DESDE MI VENTANA.

                 MI   PALMERA   HA   IDO A LA PELUQUERÍA.

Miro por mi   ventana   y veo a mi vecina   la palmera   más esbelta   que en otras ocasiones. Por fin ha sido podada como al resto de   sus   compañeras   de   alrededor.


Ha perdido su frondosa cabellera, repleta de ramas verdes antes de la poda, pero también   otras que habían dejado de lucir su verdor a causa   del profuso sol de temporada.


Me da alegría verla tan alta y grácil, como si presidiera el trasiego de esta avenida de Las Cortes, convertida   en   miniautopista por el continuo transitar de vehículos que acceden, a veces sin limitación de velocidad, por el puente nuevo al centro urbano y puerto de Cádiz.


Detrás de la palmera, a modo de decorado, luce su   blancura, alterada por el azul   de   sus ventanas, la   Casa de las Cortes. Nuestra palmera   domina la situación, pues es tan alta como el edificio que le sirve de fondo.


Un ligero viento mueve sus ramas y las   del   resto de sus hermanas que la acompañan en la   avenida, creando una realidad en las alturas que nada tiene que ver con el transitar de personas y de vehículos   que circulan a ras del suelo.


Esa dualidad de realidades   me hace pensar que en la vida es necesario mirar también hacia arriba,  observar la copa de los árboles, el azul del cielo,  las nubes que se desplazan lentamente,  y  el vuelo de los pájaros. Solo así se abrirá nuestra vista a otros espacios y nuestro corazón a la sensibilidad que suscita en nosotros la naturaleza. Finalmente, la razón podrá captar y contemplar la realidad de nuestro pequeño mundo, no solo de tejas para abajo, sin también en las alturas, donde el espíritu se ensancha, la vista abarca nuevos horizontes y se aspira un halo de libertad sin límites.