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miércoles, 30 de septiembre de 2020

SIENTO TRISTEZA E IMPOTENCIA ANTE LA SITUACIÓN SANITARIA Y SOCIOECONÓMICA ACTUAL

 

SIENTO TRISTEZA E IMPOTENCIA ANTE LA SITUACIÓN DEL PAÍS.

             

A veces siento tristeza, acompañada de cierta impotencia por no poder ayudar a las personas buenas, honradas y trabajadoras que no tienen lo que llamamos  suerte en la vida; o que  debido a circunstancias adversas como es, en estos momentos, la inquietante y peligrosa  presencia del covid-19, se ven abocadas  al paro, a causa de la  pérdida de su trabajo- autónomo o por cuenta ajena-, que venían realizando con normalidad hasta el momento de la crisis; una crisis que como la anterior ha pasado factura a los de siempre, a la mayoría social. A algunos no los ha tocado la pandemia con su negra vara y, en cambio, ha hecho más ricos a los ricos.


 Se que esa tristeza que siento, y a la que he aludido al principio del escrito, nace del amor. El amor es un sentimiento, pero también una fuerza racional, constitutiva de la naturaleza humana, que nos impulsa a abrirnos al otro o a los otros. Este amor racional, con base también sensible, pues, como decía el filósofo: “No hay nada que pase por la mente que antes no haya pasado por los sentidos”, presenta una doble vertiente y dirección: la primera, el amor a las personas, materializado en la virtud de la fraternidad. Este amor es, por tanto, personal, si se conoce a la persona o personas víctimas de las circunstancias. También puede ser un amor social, hacia un colectivo determinado, que esté gravemente afectado por un percance de cualquier naturaleza. En este caso, el amor se materializa en la virtud de la solidaridad.


El amor personal a quienes reconocemos víctimas en nuestro ambiente cercano, fraterno y el colectivo, social y solidario, exigen una respuesta por parte de quien ama en el sentido que hemos explicado antes; se siente   tristeza por la suerte del prójimo y se decide aliviar o corregir la desazón y el sufrimiento de quienes son víctimas de crisis provocadas por el hombre o sobrevenidas por una causa física difícilmente previsible.


En el otro lado de la realidad, como si estuvieran presenciando un espectáculo desde la barrera. Se encuentran quienes no han padecido esta crisis y la anterior, sino todo lo contrario. Han salido más beneficiados que antes, y salvo honrosas excepciones, llaman “paguita” al Ingreso Mínimo Vital, ellos y ellas que votaron a quienes llevaron a cabo un sistemático plan de desahucios, recortes en los empleos y recursos y privatizaciones  sin  límites, de tal manera que un afamado periodista los ha llamado “piratas de lo público”. Y ahora temen que determinadas reformas propuestas por el partido situado más a la izquierda del Gobierno puedan alterar su estatus de confort, que los  blinda de cualquier eventualidad que haga peligrar sus intereses económicos y sociales. Por tanto, determinados sectores de esta clase más pudiente llevan a cabo campañas de acoso y derribo al Gobierno si no se deshace de su socio, U.P.


Como se puede comprobar por la situación descrita, España permanece secularmente dividida entre el egoísmo de unos, disfrazado de un falso patriotismo, y el sufrimiento de otros, que han visto como su hacienda está por los suelos ante la indiferencia y las zancadillas de los ricos y muy pudientes de este país.


Por consiguiente, siento tristeza cuando observo la postración en que han caído quienes lucha a brazo partido por salir adelante, en muchas ocasiones sin resultados, e impotencia porque sé que ese egoísmo e insolidaridad de quienes tienen la sartén por el mango es el peor obstáculo para la reconstrucción sanitaria, económica y social de este país.

¡Qué pena!