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martes, 2 de julio de 2019

DESDE MI VENTANA


DESDE MI VENTANA:

“MI  VECINA  LA PALMERA”

  Cuando medito o trabajo en el ordenador, observo la palmera  que está frente a mi casa.
Desde la ventana de mi escritorio, la veo y admiro su esbeltez. No es frondosa, pero si grácil y alta, más alta que sus dos vecinas que conviven con ella, soportando el calor, el frío y el viento gaditano, sobre los jardines de la avenida.

  En este momento, once de enero de 2019, sus ramas están  verdes y se mueven gracias a un viento ligeramente suave. A veces, este temblor que produce, cosa rara en Cádiz, el casi imperceptible movimiento se acelera por el cambio en la intensidad del viento, pareciéndome sus ramas hilillos iluminados  por el sol de la mañana.

  He sentido una gran alegría al comprobar que mi vecina, la palmera, ha vuelto a recobrar su espléndido verdor después  de la sequedad del verano. Puedo decir, por tanto, que ella es el instrumento natural que me permite conocer los cambios en la fuerza del viento, la mayor o menor iluminación del sol y el paso de una estación a otra. Es un heraldo permanente que capta mis observaciones  y un elemento de constante presencia en el decorado de esta avenida de Cádiz, moderna y urbana, que nos atosiga con su tráfico de vehículos,  convertida, ahora,  en  mini-autopista debido al acceso del nuevo puente, garganta que vomita día y noche vehículos de todas clases en veloz dirección al centro y puerto de Cádiz.

 Gracias, palmera, fiel vecina,  por ponerme en contacto con lo que queda de naturaleza a  este lado de la  zona; el otro, es el mar, nos siempre amable en tiempos revueltos
       

¿Es lícito que la comunidad presida la celebración de la eucaristía?

EVOLUCIÓN DE LA IGLESIA, LOS MINISTERIOS Y LA EUCARISTÍA.
Introducción: Un amigo, preocupado por la Iglesia, me preguntó acerca de qué pensaba de la celebración de las eucaristías sin presbíteros (sacerdotes). He aquí mi respuesta.

La celebración de la Eucaristía va unida hoy a la facultad que tienen las personas ordenadas- sacerdotes y, por tanto, obispos- de ser oficiantes. En el pensamiento oficial de la Iglesia Católica no cabe que personas no ordenadas- laicos y laicas- puedan oficiar, ni siquiera presidir las eucaristías. Esto está claro para cualquier practicante católico. La pregunta es, entonces:
¿Es lícito que un no consagrado pueda oficiar la eucaristía? Y yendo más lejos, también podemos preguntarnos, a la vista de una opinión que está tomando fuerza en algunas comunidades: si Jesús nos dejó el mandato,  (“haced esto en memoria mía”),  ¿no será la comunidad el  verdadero oficiante de la eucaristía  y receptora de la comunión, al mismo tiempo?

Desde mi modesta opinión, para responder a la pregunta anterior habría que consultar cómo y cuándo surgieron los ministerios en la Iglesia, porque la presidencia oficiante de la eucaristía está actualmente soldada a las personas consagradas, y por lo que hemos podido comprobar esto no fue siempre así.
Abundando en este tema,  Xavier Picaza, en su último libro: “La novedad de Jesús. Aportación y legado”, escribe: “Hoy tras veinte siglos de Iglesia, no podemos volver a las comunidades paulinas, ignorando lo que después ha sucedido. Pero tampoco podemos olvidar que al principio era distinto. La distinción posterior entre clérigos y laicos, sacerdotes y seglares, no existía”. “El movimiento de Jesús no necesita rabinos (escribas), políticos o sacerdotes, sino servicio de amor”.

Sin embargo, las  afirmaciones anteriores  necesitan matización y el autor lo hará en la parte del su libro dedicada a los  ministerios, carismas y servicios en la Iglesia (las Iglesias).

Sabemos que Jesús no instituyó ministerios, sino que  van apareciendo y desarrollándose según las necesidades y circunstancias de las distintas comunidades. Para la teología católica estos ministerios están inspirados por el Espíritu Santo, cuya presencia y asistencia en la Iglesia prometió Jesús  ante la inminencia de su marcha, de su segunda venida y, por tanto, de un rápido advenimiento del Reino de Dios. Él y sus seguidores- los doce, discípulos y las mujeres- llevaban en su mayoría una vida itinerante y tenían conciencia de la provisionalidad de todo. Según San Juan, cuando se va acercando la hora de su pasión y muerte, Jesús ve claro que ha de despedirse de sus amigos y prefigura de alguna manera a Pedro como responsable de la comunidad que había de dejar.
Cuando Jesús muere, Pedro queda como la cabeza visible de la Iglesia. Más tarde, cuando toma la decisión de evangelizar más allá de Palestina, es Santiago, el hermano de Jesús, el que se hace cargo de la comunidad de Jerusalén hasta que fue sacrificado.

Es en Lucas, cuando se hace referencia a los primeros presbíteros, atribuyendo a Pablo su institución como tales. Pikaza piensa que este dato de la constitución de los presbíteros no es histórico y que, por tanto, Pablo no impuso las manos- procedimiento de institución- a nadie para que quedaran investidos como tales.  Según este autor, “Lucas proyecta sobre Pablo la praxis posterior de sus iglesias”. Considera un hecho natural que tras la desaparición de Pablo se suscitara un ministerio de ancianos, que al mismo tiempo actuara constituido con obispos o supervisores de la comunidad, cuidando de las comunidades y custodiando el legado de Pablo.

Poco a poco la Iglesia va tomando conciencia de su propia identidad y se va dando ministerios nuevos de servicios de la Palabra- predicación y catequesis- y  se suscitan nuevos apóstoles, profetas y maestros (=doctores o sabios). Otros servicios fueron implantándose en las comunidades paulinas para dar respuesta a las necesidades que iban surgiendo. Mención especial merece para aclarar nuestras dudas “los servicios silenciados”, entre ellos, los servicios administrativo y litúrgico. Transcribo aquí las palabras del autor  por ser muy clarificadoras: “Este silencio de Pablo…resultaría inexplicable en una Iglesia  posterior, donde se acentúan  precisamente los ministerios  jerárquicos de dirección y presidencia sagrada: obispos y presbíteros serán ministros de la eucaristía (como, por ejemplo, en la Iglesia de hoy. La cursiva es mía). Sin duda, la celebración es importante y aparece en este contexto (1Cor 11,23-33), pero no exige un ministerio distinto: no se necesitan personas especiales para presidirla, pues la misma comunidad reunida puede y debe hacerlo”. Pablo, el fariseo converso, conocía bien la Ley, la jerarquía y dignidades judías, pero veía que no era compatible con Cristo una estructura de poder sagrado. Para él, la autoridad y servicios de la Iglesia residían en la Palabra y en el Amor. Concibe la Iglesia como un Cuerpo, pero no jerárquico sino constituido por carismas y funciones complementarias y solidarias entre sí. Por tanto, la Iglesia que Pablo concibe sí tiene ministerios “pero no se funda en ellos: no necesita leyes, armas ni dinero. Tiene algo mayor: la palabra que ama” (Pikaza. “La novedad de Jesús”).

Pablo o sus sucesores en las Cartas Paulinas  escriben sobre  obispos y diáconos. Los obispos son supervisores o inspectores de las comunidades y los diáconos  servidores de la comunidad. Hay, por tanto, en las comunidades paulinas ministerios, con determinadas funciones, que también puede ejercer los miembros de la comunidad, pero estas funciones, que se asignan a determinadas personas como servicios a la comunidad no son jerárquicas ni su ejercicio supone poder o dominio sobre los hermanos. En Rom 12.4-10, se comprueba esta afirmación cuando Pablo trata a la Iglesia como un cuerpo constituido por carismas complementarios entre sí y no superiores unos a otros. Todos los componentes de la comunidad eclesial son ministros o servidores, ya que todos sus miembros son administradores y  portadores de la palabra y obra de Cristo. Según Pikaza, Pablo ha invertido el orden antropológico de la sociedad civil y religiosa de su tiempo, influida por la organización judía y romana, pues concibe una comunidad de iguales donde quienes mandan no son los Sabios y honorables como en el orden social de su tiempo. Siguiendo las enseñanzas de Jesús, considera a los últimos  que se encuentran fuera del sistema, como más respetables e importantes. De acuerdo con este orden de cosas, tampoco los ministerios están vinculados a los varones, ya que como se puede leer en Filipenses 4, 2-3) las mujeres desempeñan servicios a sus comunidades. Las mujeres fueron testigos de la resurrección de Jesús; Marta y María hospedaron a Jesús en su casa. Las casas eran las sedes de las comunidades, y Marta no era criada, ni estaba ligada a hombre alguno, sino que era dueña de su casa, diaconisa, pues la presidencia de las comunidades la desempeñaban los propietarios y propietarias que acogían a las comunidades (Pikaza). Sin embargo, la tradición de la Iglesia  ha marginado en extremo a las mujeres despojándolas de todo ministerio. Durante mucho tiempo desempeñaron y aún en nuestro tiempo ejercen  funciones subalternas: camareras de la Virgen, limpiadoras, administradoras del dinero, cuidadoras de los consagrados y consagradas, encargadas del ropero, etc. A pesar de todo, hoy, se ve un cierto despegue en sus atribuciones: leían en la Iglesia, cuando Juan Pablo II ponía el grito en el cielo; hoy, dan la comunión; presiden la celebración de la Palabra en algunas comunidades. Como se ve  el movimiento de renovación es imparable aunque vaya lento. Lo que antes nos parecía malo y prohibido, hoy se toma con suma naturalidad. A veces, recibo la comunión de una mujer, de un laico o del mismo sacerdote. Estamos, pues, en una época de transición, en la que el Espíritu está hablando en la Iglesia, mediante hechos y nuevas costumbres, y no sabemos adónde este proceso va a ir parar; posiblemente, a la equiparación ministerial de las mujeres con los varones. Para ello, será necesario que los ministerios se conviertan en diaconías, en servicios, no investidos de autoridad y poder; ejercidos algunos de ellos temporalmente y sin que la condición de acceso sea el celibato obligatorio.

En conclusión, me aventuro a decir, tras la hipótesis del párrafo anterior que la Jerarquía se va a ver obligada a investir en los ministerios a laicos y mujeres ante la escasez de sacerdotes, que parece no tener fin, según una noticia que he leído últimamente en “elpais.com: “La Iglesia Católica se vacía de seminaristas, sacerdotes y religiosos”. Por este motivo, creo que no es ilícito o perjudicial para la Iglesia que se vayan realizando experiencias de eucaristías, de forma gradual, en las que consagra la comunidad cristiana, aunque haya una persona que presida- laico o laica- y pronuncie las palabras: “Tomad y comed…Tomad y bebed…”
¿Qué hago yo? ¿Cuál es mi postura? 1º) Normalmente, voy a la eucaristía los domingos y festivos y acepto, por supuesto, sin ningún problema recibir la comunión de un laico o laica, tras la consagración realizada por un presbítero. 2º) Creo que, en nuestras comunidades, si hay un presbítero, por cortesía y costumbre ministerial hemos de darle la preferencia para que presida y consagre. 3º) Estoy de acuerdo con el Moceop en que ha llegado el momento propicio con Francisco para que este autorice a los presbíteros casados, que lo deseen, a volver al ejercicio ministerial del que fueron separados. Ellos también pueden desempeñar en estos momentos de ausencia de vocaciones  un excelente y necesario papel en nuestras comunidades.4º) Si no lo hubiera , y más por ausencia consciente debido al miedo a  que el obispo de la diócesis pudiera tomar medidas contra ellos por oficiar la eucaristía de determinados grupos no bien vistos por la Iglesia , ¿no deberíamos ensayar alguna vez lo que yo llamaría para entendernos “la consagración comunitaria”? ¿Cuándo? Siempre que todos los asistentes estuviesen de acuerdo y no les supusiese un problema de conciencia o escándalo. En el Grupo Cristiano de Reflexión y Acción vamos a tener el problema de no disponer  de un presbítero. En ese caso, ¿hemos de privarnos de celebrar juntos la eucaristía?, presidida por un laico o una laica, pronunciando siempre las palabras: "Tomad y comed..."Tomad y bebed..." 4º) Particularmente,  animo a que se asista a una de esas “eucaristías comunitarias”- la denominación puede no ser satisfactoria- y compruebe cada cual por sí  mismo el valor de la experiencia y si el Espíritu habla a través de esta nueva forma de celebrar la eucaristía. Por otra parte,  hay  comunidades muy hechas que  realizan la experiencia en unos límites  determinados, sin escándalos ni ostentación para probar quién es más renovador o progresista. Es posible que al principio se  pase mal, por propia experiencia, lo sé; pero el evangelio nos pide individual y comunitariamente la renovación por el Espíritu. Luego, según  cada cual, según su  conciencia, decida en libertad. Recuérdese, además, toda la Historia de la Iglesia y cómo los ministerios se van imponiendo con un carácter jerárquico copiado de Roma. La figura del obispo llega a suplantar en algunas afirmaciones al mismo Cristo, subrayando la obediencia  como excelsa virtud cristiana y no el carácter profético del evangelio y el amor y cercanía a los pobres.” De aquellos barros, estos lodos”. Quizás, hubo necesidad de la autoridad para que la barca de Pedro pudiera seguir navegando a través de la historia  en medio de tantas dificultades   y de la complejidad cada vez mayor de la vida y del mundo, ¿pero, de verdad, fue necesaria tan férrea autoridad, tanta que  sometió  al Pueblo de Dios a un anonimato y pasividad en ceremonias y concilios, e incluso haciendo pagar a la gente sus presuntos o reales desvíos  con severos y crueles castigos?
              
  Espero no haber aburrido con este   extenso texto,  pero, que a la vez,   me ha servido para posicionarme gradualmente en la cuestión planteada.  

Francisco González.