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sábado, 23 de noviembre de 2013

¿QUIÉNES SOMOS LOS HUMANOS? ¿CUÁL ES NUESTRO ORIGEN?

¿Quiénes somos los humanos? ¿Cuál es nuestro origen? Son preguntas que nos hacemos cuando pensamos en la trascendencia y nos abstraemos de alguna manera de la   cotidianeidad.
 Los teólogos y los filósofos salen a nuestro encuentro con la intención de responder a estas  preguntas, junto a otras como la perdurabilidad de la vida más allá de la muerte y la existencia de un Dios creador.
La reflexión teológica parte de las premisas de la revelación. Supone por tanto la fe o creencia en Dios. La filosofía, por su parte, pretende responder  desde el esfuerzo de la razón  a las cuestiones trascendentes que los seres humanos se plantean de forma radical, llegando hasta la últimas consecuencias en este tipo de conocimiento, que podemos situar en la filosofía de la religión,   formulándose continuamente nuevas preguntas desde la radicalidad que le es propia.
 En la religión, nos encontramos con los libros llamados revelados por los creyentes judíos y cristianos. En  el Génesis se dice del hombre  y de la mujer: "Y creó Dios al hombre a su imagen.A imagen de Dios lo creó"(Gen 1,27). Por estas palabras, deducimos que el varón y la mujer que constituyen la naturaleza "hombre" en el lenguaje bíblico, son de origen divino. "Viven la gracia de Dios", comenta la "Nueva Biblia Latinoamericana" en una nota al pasaje bíblico citado anteriormente.
¿Podemos decir, entonces, que somos de naturaleza divina y estamos insertos en Dios? Me atrevería a afirmar que sí, aunque no podría decir cómo estamos integrados en él. Esta búsqueda de una modalidad de inserción en lo divino es una arduo problema para la filosofía, aunque la teología católica pretende resolverlo por aproximación, como veremos luego.
 La teología  se aventura  en afirmaciones  basadas principalmente  en la  Biblia, que es la norma  de normas de cualquier legislación o tradición, en nuestro caso, cristianas. A partir de la verdad revelada, el teólogo hace uso de la razón, como humano que es, para deducir  conclusiones coherentes con las Escrituras y la Tradición. Sin embargo, el filósofo recorre  otro camino, quizás, inverso.Parte de la desnuda razón e intenta  elevar sus pensamientos hasta la luz de la verdad, específica del pensamiento filosófico.
El pensador cristiano procurará  que verdad revelada  y verdad filosófica casen como el pie y el zapato en lo tocante a la vida y el pensamiento espirituales, y si no lo consigue aceptará la insuficiencia de la razón  para comprender la inconmensurabilidad  de Dios, la inaccesibilidad a la verdad absoluta y seguirá haciéndose preguntas  para alcanzar progresivamente mayores cotas en este conocimiento. El pensador  agnóstico seguirá en ocasiones  un camino parecido al creyente y las dificultades de acceso a Dios reforzarán su agnosticismo, pues tendrá tantas razones para creer como para no creer y la duda será su estado intelectual respecto a la cuestión planteada.
¿Qué pensar finalmente del pensador ateo?  Elimina la premisa principal- Dios existe- de afirmación para el creyente y de duda para el agnóstico. No se plantea de ninguna manera la posibilidad de la existencia de un creador o ser superior al que los humanos le debemos nuestra existencia   en el mundo, y busca argumentos en su propia evidencia de no haber captado por los sentidos la presencia de ese ser espiritual y en la ciencia, que ignora o rechaza todo aquello que no es posible demostrar empíricamente, Dios, en nuestro caso.
Son, pues, muchas las dificultades para elaborar una teoría plausible que haga comprender la posibilidad de la existencia de Dios más allá de la fe y de los contenidos de los libros sagrados de las religiones. Que nos permita además  contestar a preguntas, de posibles respuestas inalcanzables  como: ¿De qué manera nos creó Dios de la nada? ¿De la nada se puede crear algo? Y si fue así, ¿quién es ese Dios que, solitario en el universo, se vio impulsado a buscarse compañías en seres creados por él y que no siempre le salieron buenos hijos? 
La teología católica resuelve este enigma de la soledad de un Dios, que antes del origen de la Creación permanecía supuestamente en solitario en una realidad infinita, bastándose a sí mismo gracias a su propia perfección e inmensidad, con  el dogma de la Santísima Trinidad, de imposible comprensión en su profunda dimensión, pero gradualmente asimilable por la razón del creyente cuando se profundiza por la experiencia en las interrelaciones de amor y complementariedad de las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La divinidad es una entidad tan grande e inconmensurable que nos podemos imaginar por asimilación cualquier estructura interna de la misma. Aunque tengamos que reconocer que en la elaboración de la doctrina trinitaria, la Iglesia tuvo en cuenta los numerosos pasaje evangélicos en los que Jesús se identifica con el Padre Dios hasta el punto de "confundirse" plenamente con él. Así dice "El que me ha visto a mi ha visto al Padre"( ) , o "el Padre y yo somos uno" ( ). Otros pasajes evangélicos manifiestan, además, la estrecha relación de Jesús con su Padre- Dios y la profunda enseñanza que de él ha recibido: "Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre, reconoceréis que yo soy el que soy, y que no hago nada por mi propia cuenta. Solamente digo lo que el Padre me ha enseñado"(Juan 8, 21 y ss). "El  que cree en mí, no cree en mí, no cree solamente en mí, sino también en mi Padre, que me ha enviado"(Juan 12, ). Esta presencia trinitaria a lo largo de la protohistoria del Universo nos hace comprender la acción creativa y amorosa de un Dios siempre presente, huésped de una realidad infinita imposible de ser comprendida en su totalidad por la mente humana. 
Por otra parte, esa inserción de los hombres en Dios se comprende por las palabras de Jesús que viene a decir que "antes de ser suyos", ya pertenecían a Dios, tal como recoge Pedro Gilabert en su obra Dios con los cinco sentidos", y cita Hebreos 3, 12-13, de cuyo versículo solo tomamos su comienzo:"He manifestado tu nombre  a los que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste..." A continuación, el autor se plantea una sugerente pregunta cuya respuesta afirmativa  nos aclara la íntima relación de Dios con sus seres creados: "¿Resulta irrazonable  aceptar  que Dios ha conocido  desde siempre-y "siempre" es sólo una palabra aproximativa  cuando hablamos del Eterno- a quienes habían de creer en su Dios?"
Desde esta perspectiva católica, nos encontramos con un Dios familiar y social que no está solo y que busca con su poder creador la amistad y relación con los seres creados, inteligentes; lo que  no quiere decir, por supuesto, que les sea indiferente el resto de seres, también creados por Él.
Pero, ¿y desde la filosofía, qué podemos argumentar sobre la posible existencia de Dios? La pregunta es muy importante pues de su respuesta dependerán también las preguntas que encabezan este artículo.