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martes, 29 de octubre de 2019

VOLVER A JESÚS,2ª Parte



     
“VOLVER A JESÚS”. SEGUNDA PARTE.

¿ES TAN DIFICIL VOLVER  CON AUTENTICIDAD Y RIGOR AL EVANGELIO?

En la primera parte de mi artículo  “Volver a Jesús” expuse que la Iglesia, en vez de ser contrapunto a la corriente neoliberal imperante, se ha dejado llevar en los asuntos internos por los renovados y nocivos  vientos capitalistas, que nos han traído  en los últimos años   una crisis inducida del sistema: con efectos  como  los  numerosos despidos de su personal laboral, desahucios, manifiesta preocupación por el dinero y su inversión, marginación de presbíteros (sacerdotes) y  laicos. Esto, en lo que se refiere al Obispado de Cádiz,  con la implicación  del equipo actual de Cáritas, principalmente, en  despidos de  trabajadores y trabajadoras.

En el nivel más general, en España y  otros países, es público y notorio el escándalo que la Iglesia está dando en los casos de pederastia y  abusos sexuales   y   el mal tratamiento y ocultación   que la jerarquía católica, a excepción del papa Francisco y otros dignos obispos, está   gestionando este gravísimo problema moral y humano,  incluso inhibiéndose en la búsqueda de soluciones.  Es también muy torpe o intencionada  su indiferencia  ante la cada vez más creciente violencia machista,  amparándose  en su crítica a la ideología  de  género, de la que acusan a los movimientos feministas. No podemos olvidar tampoco la persecución  al papa Francisco  y  la descalificación que hacen de sus ideas y ejecutoria por varios obispos de renombre y   clérigos, encabezados en España por el cardenal Rouco Varela.

No facilita en nada la solución de estos problemas y conflictos, que preocupan a los católicos y ciudadanía en general,  la estructura piramidal de la Iglesia, que hace imposible internamente  el diálogo  y la puesta en común  ante conclusiones  que pudieran generar acuerdos. A causa de  esta falta de cauces, los creyentes  con esperanzas de renovación ponemos toda nuestra confianza  en el papa Francisco, cargando sobre sus espaldas muchas responsabilidades, situación agravada por la soledad en que se encuentra debida a  la desafección de un sector de la jerarquía  que lo tacha de politizar la religión cuando se preocupa  del mundo del trabajo, de los migrantes y refugiados, y de poco respetuoso con la moral y la fe tradicional de la Iglesia Católica por  ser comprensivo con las personas divorciadas, homosexuales, agnósticos y ateos. Otro sector de jerarcas, clérigos y religiosos y laicos guarda silencio  a ver qué pasa, reforzando con su omisión las palabras y actitudes de los disidentes.

Todo este panorama es visto con desazón  por muchos católicos- hombres y mujeres, sobre todo ellas, por la indiferencia de la jerarquía ante sus problemas. El teólogo Hans Küng  afirmaba en su libro “¿Tiene salvación la Iglesia? (2011) que 250.000 personas  habían abandonado la Iglesia en Alemania y en Austria unas 80.000 (según cálculos del cardenal Schönborn). La crisis surgió a causa del “escandaloso encubrimiento de actos de violencia sexual”, denunciado por el Comité Central de los Católicos Alemanes, pero los obispo no reconocieron a  este órgano creado por los fieles, ni al movimiento “Somos Iglesia”, “una voz independiente  del pueblo eclesial refrendada  por más de un millón de firmas”.  Finalmente, la posible investigación “encalló”, al  término  de 2010 y principios de 2011.

Decía también en mi anterior artículo que frente a todos estos males  que acaecen en la Iglesia y que nos son ajenos a la voluntad de sus dirigentes, se dan muchas luces como la atención a toda clase de personas necesitadas y desamparadas, el testimonio de tantos miembros de Cáritas, militantes obreros cristianos y de comunidades, congregaciones, órdenes religiosas,  y misioneras  y misioneros laicos y consagrados… Es, por tanto, en nombre  de todas  esas  personas  y colectivos de la Iglesia que hacen tanto bien, que resulte sorprendente que la jerarquía no apueste por una profunda renovación que haga de la Iglesia, en comunión con otras Iglesias  hermanas,  la  “Casa común del género humano”.
Para finalizar esta extensa sinopsis, decía también que  “estas y otras preocupaciones  están en la mente de teólogos, biblistas y católicos de base, que no ven otra salida ante el mosaico de valores y contravalores (en la Iglesia) que VOLVER A JESÚS”.

En esta línea, numerosas voces reclaman la VUELTA A JESÚS-y este fue el tema que se me propuso y desarrollé en el I ENCUENTRO DE CRISTIANOS Y CRISTIANAS DE LA PROVINCIA DE CÁDIZ.  Así el papa Francisco declara contundentemente: “La Iglesia ha de llevar a Jesús: este es el centro de la Iglesia, llevar a Jesús. Si alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús,  esa sería una Iglesia muerta”. Nos propone, pues, “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio”. Para ello nos invita a “volver al encuentro personal con Jesucristo”. Es para el Papa un peligro  pretender ser cristiano  sin Jesús, añadiendo: “Solamente  es válido  lo que  lleva a Jesús y solamente es válido lo que viene de Jesús”  Francisco destaca también en el Evangelio “su creatividad divina”, frente a los “esquemas aburridos en que pretendemos encerrarlo”. Nos invita, pues, a sentirnos  acompañados  continuamente por él como discípulos de Jesús.

Para Francisco el verdadero motor de la Iglesia es el Evangelio de Jesús y llega a decir que “la verdadera renovación de la Iglesia sólo es posible  impulsarla “dese el corazón del Evangelio”. Es también un medio de recuperar las fuerzas perdidas del espíritu, porque “el Evangelio responde  a las necesidades más profundas  de las personas”. Invita, por tanto, a escuchar la Palabra, contemplarla, descansar en Jesús y adorarlo”.

No olvida tampoco Francisco que el proyecto de Jesús es instaurar el Reino de Dios, ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos en la vida social (EG). Para Jesús, los últimos fueron los primeros (cautivos, ciegos, pobres, oprimidos, enfermos y mujeres en dificultad), invirtiendo de este modo  el sentido de la historia (Lucas, 4, 16-22).

Por consiguiente, como es mucho lo que nos jugamos, hemos de “volver a Jesús”, convertirnos a su Espíritu en lo personal, en lo  social y en la estructural eclesial, sin miedo a  ciertas reformas, “a despedir a lo que ya no vale en la evangelización y abrir caminos nuevos al Evangelio de Jesús”.  Para el Papa, la Iglesia se ha hecho vieja por  su adhesión doctrinal y rigurosa a las normas, exigiendo determinados cumplimientos, que proporcionan “seguridad y satisfacción de las necesidades religiosas, ajenas  a l proyecto del reino de Dios”. Critica que  se “encierre en sí misma y se autorreferencie  como una identidad absoluta”. Quiere una Iglesia en salida y que vaya las periferias del mundo y de las necesidades.

Otra insistente voz que clama por la vuelta a Jesús es José Antonio Pagola, teólogo, biblista y profesor que ha sido  de Cristología en la Facultad Teológica del Norte de España. Ha escrito abundantemente sobre Jesús de Nazaret. He leído dos libros preciosos de él: “JESÚS, Aproximación histórica y  “Volver a Jesús”, además de comentarios suyos sobre el evangelio en “Fe Adulta”. Por medio de sus publicaciones y conferencias pregona  constantemente “volver  a Jesús”, porque es de la opinión que si no se promueve en nuestras parroquias y comunidades “un clima de conversión  humilde y  gozosa a Jesús” veremos cómo nuestra fe se irá apagando, quedando reducida a  “formas religiosas cada vez más decadentes y sectarias, alejadas de lo que verdaderamente significa el evangelio de Jesús”. Ante el hecho constatado de que nuestras iglesias se vacían y la gente se aleja de la fe, propone  una “conversión en el nivel más profundo” yendo a las “raíces en un clima más evangélico”, actualizando de alguna manera la “experiencia fundante” de los inicios con Jesús.  Para Pagola no basta con  “poner orden en la Iglesia”, sino recuperar  al interior de la misma el Espíritu del Nazareno.

Otra ilustre voz es la de José María Castillo, Doctor y profesor en Teología Dogmática y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada. Nos ilustra y aconseja en sus más de treinta libros escritos y publicados, entre ellos, la trilogía de su Teología Popular, “Jesús de Nazaret, aproximación histórica”, “La religión de Jesús”, comentario al Evangelio diario, “La laicidad del Evangelio” y recientemente “El Evangelio marginado”, que presentó  recientemente en la Facultad Ciencias Económicas y Empresariales, invitado por el Grupo Cristiano de Reflexión y Acción, el Comité “Óscar Romero” y la colaboración de la Universidad de Cádiz

Frecuentemente  dice Castillo que el Evangelio no es un libro de religión sino un conjunto de relatos protagonizados por Jesús, en los que con insistencia   habla de su relación con Dios, el Padre, sin intermediarios: sacerdotes, rituales y ceremonias. Jesús anuncia un Dios bondadoso y misericordioso, que quiere que nos amemos los unos a los otros.  El Evangelio de Jesús es, pues, para este teólogo, “el proyecto ideal para mejorar este mundo…” y ha de ser el centro de la vida cristiana y de la Iglesia.

Por último, no quiero olvidar a Xavier Picaza cuyo libro “La novedad de Jesús de Jesús: Aportación y legado”, he leído recientemente. Es una obra  densa, fruto de una gran investigación  sobre el Antiguo Testamento; Jesús, testigo de Dios; evangelio y Hechos de los Apóstoles, Pablo y su escuela: misión universal, comunidades, sacerdocio y el camino posterior de los ministerios.

Centrándonos en el tema de Jesús, que es el que nos interesa ahora, dice que Jesús es buena nueva de Dios, que hace posible que los hombres sean y se hagan divinos. Abrió además la esperanza israelita, en calidad de judío, a los excluidos sociales, promoviendo un movimiento de liberación de los descartados del sistema. De origen campesino, fue profeta, además de ser obrero marginal, que trabajó en diversos oficios, principalmente como “texton” o hijo de texton (artesano). Tras su bautismo por Juan, del cual pudo ser discípulo, según el autor, Jesús pasa de profeta a Jesús- Hijo, el Hijo amado  de Padre. Picaza considera el camino de Jesús como sorprendente, lo que convierte en lógica y funesta la postura de la Iglesia posterior que lo ha desandadado. Por tanto, resulta muy fuerte a la institución eclesial adherirse a ese movimiento igualitario, que pone en el centro del banquete de la vida a los excluidos, “sin diferencias de sexos ni ministerios”.

Cómo consecuencias de mi exposición, inspirada en las enseñanzas tan autorizadas como las del papa Francisco, José María Castillo y Xavier Picaza, saqué unas conclusiones que me parecieron interesantes para los que me escuchaban, cuya relación haría todavía más extenso este artículo, por lo que las dejo para otra ocasión.


lunes, 5 de agosto de 2019

LA VUELTA A JESÚS


          
            LA   VUELTA   A   JESÚS   DE   NAZARET (Primera parte).

EL CAMINO DE ESPINAS DE LA IGLESIA Y LAS COMUNIDADES  HACIA EL ENCUENTRO REAL CON EL EVANGELIO.

Estamos  asistiendo a una crisis eclesial, que se enmarca en la gran crisis económica, social y axiológica causada por el sistema neoliberal capitalista que gobierna el mundo. La Iglesia española como un miembro más de esta sociedad, aunque importante por la influencia ejercida en la historia de nuestro país y que todavía ejerce en determinados sectores religiosos, educativos y sociales, está también atravesada por los problemas de la reciente crisis que  ha dejado en precario  a la ciudadanía y a las instituciones. Un ejemplo lo tenemos en el materialismo  con que algunos jerarcas eclesiásticos  manejan las situaciones internas de la institución: los frecuentes despidos,  desahucios,  la continua preocupación por el dinero y la inversión, la marginación del personal eclesiástico y laico que hasta hace poco ha venido colaborando desinteresadamente con la Iglesia diocesana y el desplazamiento laboral de trabajadores y trabajadoras a puestos de menor significación y más  control.  Todas estas acciones, reflejo de prácticas del  neoliberalismo capitalista, se han traducido en noticias  que  poco a poco van llegando a la mayoría de la población y, más concretamente, a los fieles cristianos de parroquias, colegios y asociaciones. Un determinado número de creyentes- que no sabría precisar, aunque es ciertamente alto-, está abandonando   la Iglesia desde hace tiempo, mientras que otro se muestra indiferente, prefiriendo no saber nada, a fin de que su fe no peligre al tener que digerir tan malas noticias. Hemos de tener en cuenta que las personas integrantes  de la Iglesia Católica, en su mayoría, procuran ser obedientes a su párroco y obispo  llueva o truene. Un tercer grupo lo forma una minoría de personas preocupadas por la situación de la Iglesia en general y de la diocesana en particular. Reflexionan  sobre los problemas eclesiales y procuran denunciar los desmanes  eclesiásticos  manteniendo una actitud de pesimismo  esperanzado  y activo-concretamente en Cádiz-   ante  la forma en que el obispo Zornoza y sus colaboradores  gobiernan  la diócesis. En otras diócesis, no todas, se dan problemas iguales o parecidos, que afectan al ánimo y deseo de   pertenencia eclesial de la base católica.

Hay que tener en cuenta además que la Iglesia es una institución jerárquica piramidal, donde no hay diálogo ni debate sobre las  candentes cuestiones  que le plantean   el mundo moderno y las necesidades y aspiraciones  de los creyentes. Se desconoce o ignora la autocrítica de sus dirigentes y la crítica interna. Por estas razones,  la evolución es  mucho menor que  en la sociedad. La Iglesia se ha hecho vieja.  Muchos jóvenes  están pasando su vida sin necesidad  de creer en Dios; no conocen realmente a Jesús de Nazaret, han escuchado algo, pero nada más. Para muchos de ellos, según conversaciones que llegan  a mis oídos, Jesús fue un personaje que vivió hace muchos años; que fue muy buena persona y que lo mataron por ser eso, bueno.  Los jóvenes que se van incorporando a la sociedad no lo hacen a la Iglesia, porque no les dice nada y porque las muchas llamadas técnicas y de ocio cubren aparente y provisionalmente sus expectativas y necesidades, en medio del vacío cultural, político, social y religioso en el que vivimos.

No podemos olvidar el daño que a la institución eclesial le están haciendo los delitos sexuales, realizados desde tiempo inmemorial, pero hoy descubiertos por el extraordinario avance de los medios de comunicación y las redes sociales. La pederastia, por ejemplo le ha estallado al papa y a los obispos en las manos: cientos de sacerdotes,  religiosos y algunos  obispos  han manchado su ministerio con esta lacra en todo el mundo. La debilidad de la jerarquía para erradicarla la ha llevado a la ocultación, a pedir  resignación a  las víctimas, a intentar indemnizarlas a cambio del silencio y a ignorar su dolor a pesar de la gravedad de los actos, en contra de la  moral tradicional de  la misma  Iglesia. Frente a la libertad de los hijos de Dios, estos jerarcas han impuesto la obediencia, invistiéndose de un poder sagrado ilegítimo.  Sin embargo, de nada les está sirviendo parcialmente  negar los hechos y  apelar  a  su  autoridad a la que hay que obedecer, pues  en numerosos casos se han cumplido las palabras evangélicas: “Si estos callan, las piedras hablarán” (Lucas, 19, 40).  El escándalo, pues,  está servido.

La Iglesia tiene también perdida la adhesión de la mujeres, porque el silencio ante los abusos sexuales, violaciones y asesinatos a manos de hombres es clamoroso. La jerarquía se escuda en la denominada ideología de género y con esta justificación tan débil ignora el drama de tantas mujeres. Siempre  ha querido sumisa a la mujer, consagrada a sus obligaciones de madre y esposa. Se le ha pedido infinitamente más que al  hombre, al  que se le ha reconocido autoridad sobre ella e incluso, desde este reconocimiento, se han justificado abusos de los  varones  en el matrimonio,  mientras  que   a la mujer se le aconsejaba  resignación.

En la vida consagrada las religiosas han sido siempre servidoras de los hombres. Han actuado como cuidadoras, cocineras y limpiadoras. No es extraño pues que en el último 8 de Marzo monjas y religiosas se adhirieran a sus denuncias y propuestas.

Se me ocurre pensar  que una ideología surge cuando una clase y/o un sector importante de la población de acuerdo con su género o necesidades sociales y económicas se sienten dominados, insatisfechos por el trato que recibe del resto de la sociedad o de los gobiernos y grupos dominantes. No perciben que sus derechos sean respetados y ven la necesidad de la lucha, argumentando  con representaciones de la realidad sustentadas  en actitudes y creencias de origen no totalmente racional, por emotividad y  surgidas de un condicionamiento social (*). No digo yo que la lucha de las mujeres no tenga alguna motivación de este tipo, porque todo grupo que  entra en conflicto necesita de motivaciones e ilusiones que   sirvan de fuertes estímulos  en su  compromiso,  pero el feminismo, que es el movimiento que lidera la  liberación de las mujeres del machismo y el patriarcado, es mucho más que una ideología. Tiene razones de peso para su indignación y movilización cuando asisten al triste espectáculo de tantas mujeres vulneradas en su dignidad y asesinadas por sus parejas u otros hombres. No se entiende, por tanto, el silencio de los obispos en este grave problema y que no hayan roto una lanza por más del  cincuenta por ciento de la humanidad, compuesto por mujeres. Los gritos de “si matan a una nos matan a todas” y “yo si te creo, hermana”, entre otros, no son escuchados por la jerarquía de la Iglesia, cuando son mensajes desgarradores de compañeras  ante tamaños abusos y asesinatos que no merecen ni un minuto de atención de la jerarquía católica.

Con todo este rosario  de agravios, puede parecer que no encuentro nada positivo en la Iglesia a la que pertenezco. No es así. Sería injusto si no tuviera en cuenta a los miles de voluntarios de Cáritas y otras organizaciones católicas que atienden integralmente a los pobres, ancianos, niños huérfanos, mujeres maltratadas, prostitutas, esclavas de la trata de blanca, personas sin hogar, migrantes, refugiados, misioneros y misioneras, que pierden la vida en una media de más de  mil asesinatos por año. Tampoco olvido la labor educativa y sanitaria de las instituciones y congregaciones católicas; de los movimientos obreros y de Acción católica; de las distintas comunidades, de base, populares y eclesiales, los movimientos de jóvenes, las parroquias de 24 horas, la gran labor humanitaria del Padre Ángel, etc. Pero precisamente porque en la Iglesia se dan hermosas luces y profundas oscuridades, me queda en el alma un sabor agridulce y una gran preocupación, concretamente, por la actuación de la Jerarquía, pues es el espejo en el que desde dentro y fuera de la institución se ve de forma distorsionada toda la realidad de la Iglesia, como si el cristiano o cristiana de base y  militante, no formara parte de esa Iglesia; como si sus compromisos y positivas actuaciones pertenecieran a otra realidad distinta, más allá  del ámbito eclesial, consecuencia del visión clerical de las personas creyentes e institucional de las ajenas a la Iglesia.

Estas y otras preocupaciones están en la mente de teólogos, biblistas y católicos de base que no ven otra salida ante el mosaico de valores y contravalores  que “volver a Jesús”, al Evangelio, para que la Iglesia y sus comunidades puedan sacudirse de la religión de las formas litúrgicas, aunque estas sean necesarias, pero en otro contexto, y de la religión del poder eclesiástico y clerical. Necesitamos que la Iglesia haga la síntesis aún pendiente entre  comunidad y ministerios, única forma de que se la reconozca como la verdadera continuadora del mensaje de Jesús de Nazaret; se abra al mundo, se preocupe por sus problemas y contradicciones; denuncie con más firmeza los atentados a los Derechos Humanos, sin miedo al poder, ni apego a los privilegios que este puede concederle, haciendo frente a sus obligaciones cívicas y económicas como corresponde a una institución espiritual, evangélica, que apuesta por el ser humano  y sin afán de lucro. Que erradique y denuncie los abusos sexuales, violaciones y la pederastia en su seno;  que  permita aires de libertad al interior de la misma; que  sea una Iglesia pobre y para los pobres; que acoja a los que los pasan mal cualquiera que sean sus creencias o condición, convirtiéndose así, en definitiva en la “Casa Común” de todo aquella persona, colectivo o pueblo que la necesite. Será así más creíble y podrá difundir el Evangelio de Jesús de Nazaret con la transparencia de la que hoy carece
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Cádiz, 5 de agosto de 2019.

Francisco González Álvarez 

martes, 2 de julio de 2019

DESDE MI VENTANA


DESDE MI VENTANA:

“MI  VECINA  LA PALMERA”

  Cuando medito o trabajo en el ordenador, observo la palmera  que está frente a mi casa.
Desde la ventana de mi escritorio, la veo y admiro su esbeltez. No es frondosa, pero si grácil y alta, más alta que sus dos vecinas que conviven con ella, soportando el calor, el frío y el viento gaditano, sobre los jardines de la avenida.

  En este momento, once de enero de 2019, sus ramas están  verdes y se mueven gracias a un viento ligeramente suave. A veces, este temblor que produce, cosa rara en Cádiz, el casi imperceptible movimiento se acelera por el cambio en la intensidad del viento, pareciéndome sus ramas hilillos iluminados  por el sol de la mañana.

  He sentido una gran alegría al comprobar que mi vecina, la palmera, ha vuelto a recobrar su espléndido verdor después  de la sequedad del verano. Puedo decir, por tanto, que ella es el instrumento natural que me permite conocer los cambios en la fuerza del viento, la mayor o menor iluminación del sol y el paso de una estación a otra. Es un heraldo permanente que capta mis observaciones  y un elemento de constante presencia en el decorado de esta avenida de Cádiz, moderna y urbana, que nos atosiga con su tráfico de vehículos,  convertida, ahora,  en  mini-autopista debido al acceso del nuevo puente, garganta que vomita día y noche vehículos de todas clases en veloz dirección al centro y puerto de Cádiz.

 Gracias, palmera, fiel vecina,  por ponerme en contacto con lo que queda de naturaleza a  este lado de la  zona; el otro, es el mar, nos siempre amable en tiempos revueltos
       

¿Es lícito que la comunidad presida la celebración de la eucaristía?

EVOLUCIÓN DE LA IGLESIA, LOS MINISTERIOS Y LA EUCARISTÍA.
Introducción: Un amigo, preocupado por la Iglesia, me preguntó acerca de qué pensaba de la celebración de las eucaristías sin presbíteros (sacerdotes). He aquí mi respuesta.

La celebración de la Eucaristía va unida hoy a la facultad que tienen las personas ordenadas- sacerdotes y, por tanto, obispos- de ser oficiantes. En el pensamiento oficial de la Iglesia Católica no cabe que personas no ordenadas- laicos y laicas- puedan oficiar, ni siquiera presidir las eucaristías. Esto está claro para cualquier practicante católico. La pregunta es, entonces:
¿Es lícito que un no consagrado pueda oficiar la eucaristía? Y yendo más lejos, también podemos preguntarnos, a la vista de una opinión que está tomando fuerza en algunas comunidades: si Jesús nos dejó el mandato,  (“haced esto en memoria mía”),  ¿no será la comunidad el  verdadero oficiante de la eucaristía  y receptora de la comunión, al mismo tiempo?

Desde mi modesta opinión, para responder a la pregunta anterior habría que consultar cómo y cuándo surgieron los ministerios en la Iglesia, porque la presidencia oficiante de la eucaristía está actualmente soldada a las personas consagradas, y por lo que hemos podido comprobar esto no fue siempre así.
Abundando en este tema,  Xavier Picaza, en su último libro: “La novedad de Jesús. Aportación y legado”, escribe: “Hoy tras veinte siglos de Iglesia, no podemos volver a las comunidades paulinas, ignorando lo que después ha sucedido. Pero tampoco podemos olvidar que al principio era distinto. La distinción posterior entre clérigos y laicos, sacerdotes y seglares, no existía”. “El movimiento de Jesús no necesita rabinos (escribas), políticos o sacerdotes, sino servicio de amor”.

Sin embargo, las  afirmaciones anteriores  necesitan matización y el autor lo hará en la parte del su libro dedicada a los  ministerios, carismas y servicios en la Iglesia (las Iglesias).

Sabemos que Jesús no instituyó ministerios, sino que  van apareciendo y desarrollándose según las necesidades y circunstancias de las distintas comunidades. Para la teología católica estos ministerios están inspirados por el Espíritu Santo, cuya presencia y asistencia en la Iglesia prometió Jesús  ante la inminencia de su marcha, de su segunda venida y, por tanto, de un rápido advenimiento del Reino de Dios. Él y sus seguidores- los doce, discípulos y las mujeres- llevaban en su mayoría una vida itinerante y tenían conciencia de la provisionalidad de todo. Según San Juan, cuando se va acercando la hora de su pasión y muerte, Jesús ve claro que ha de despedirse de sus amigos y prefigura de alguna manera a Pedro como responsable de la comunidad que había de dejar.
Cuando Jesús muere, Pedro queda como la cabeza visible de la Iglesia. Más tarde, cuando toma la decisión de evangelizar más allá de Palestina, es Santiago, el hermano de Jesús, el que se hace cargo de la comunidad de Jerusalén hasta que fue sacrificado.

Es en Lucas, cuando se hace referencia a los primeros presbíteros, atribuyendo a Pablo su institución como tales. Pikaza piensa que este dato de la constitución de los presbíteros no es histórico y que, por tanto, Pablo no impuso las manos- procedimiento de institución- a nadie para que quedaran investidos como tales.  Según este autor, “Lucas proyecta sobre Pablo la praxis posterior de sus iglesias”. Considera un hecho natural que tras la desaparición de Pablo se suscitara un ministerio de ancianos, que al mismo tiempo actuara constituido con obispos o supervisores de la comunidad, cuidando de las comunidades y custodiando el legado de Pablo.

Poco a poco la Iglesia va tomando conciencia de su propia identidad y se va dando ministerios nuevos de servicios de la Palabra- predicación y catequesis- y  se suscitan nuevos apóstoles, profetas y maestros (=doctores o sabios). Otros servicios fueron implantándose en las comunidades paulinas para dar respuesta a las necesidades que iban surgiendo. Mención especial merece para aclarar nuestras dudas “los servicios silenciados”, entre ellos, los servicios administrativo y litúrgico. Transcribo aquí las palabras del autor  por ser muy clarificadoras: “Este silencio de Pablo…resultaría inexplicable en una Iglesia  posterior, donde se acentúan  precisamente los ministerios  jerárquicos de dirección y presidencia sagrada: obispos y presbíteros serán ministros de la eucaristía (como, por ejemplo, en la Iglesia de hoy. La cursiva es mía). Sin duda, la celebración es importante y aparece en este contexto (1Cor 11,23-33), pero no exige un ministerio distinto: no se necesitan personas especiales para presidirla, pues la misma comunidad reunida puede y debe hacerlo”. Pablo, el fariseo converso, conocía bien la Ley, la jerarquía y dignidades judías, pero veía que no era compatible con Cristo una estructura de poder sagrado. Para él, la autoridad y servicios de la Iglesia residían en la Palabra y en el Amor. Concibe la Iglesia como un Cuerpo, pero no jerárquico sino constituido por carismas y funciones complementarias y solidarias entre sí. Por tanto, la Iglesia que Pablo concibe sí tiene ministerios “pero no se funda en ellos: no necesita leyes, armas ni dinero. Tiene algo mayor: la palabra que ama” (Pikaza. “La novedad de Jesús”).

Pablo o sus sucesores en las Cartas Paulinas  escriben sobre  obispos y diáconos. Los obispos son supervisores o inspectores de las comunidades y los diáconos  servidores de la comunidad. Hay, por tanto, en las comunidades paulinas ministerios, con determinadas funciones, que también puede ejercer los miembros de la comunidad, pero estas funciones, que se asignan a determinadas personas como servicios a la comunidad no son jerárquicas ni su ejercicio supone poder o dominio sobre los hermanos. En Rom 12.4-10, se comprueba esta afirmación cuando Pablo trata a la Iglesia como un cuerpo constituido por carismas complementarios entre sí y no superiores unos a otros. Todos los componentes de la comunidad eclesial son ministros o servidores, ya que todos sus miembros son administradores y  portadores de la palabra y obra de Cristo. Según Pikaza, Pablo ha invertido el orden antropológico de la sociedad civil y religiosa de su tiempo, influida por la organización judía y romana, pues concibe una comunidad de iguales donde quienes mandan no son los Sabios y honorables como en el orden social de su tiempo. Siguiendo las enseñanzas de Jesús, considera a los últimos  que se encuentran fuera del sistema, como más respetables e importantes. De acuerdo con este orden de cosas, tampoco los ministerios están vinculados a los varones, ya que como se puede leer en Filipenses 4, 2-3) las mujeres desempeñan servicios a sus comunidades. Las mujeres fueron testigos de la resurrección de Jesús; Marta y María hospedaron a Jesús en su casa. Las casas eran las sedes de las comunidades, y Marta no era criada, ni estaba ligada a hombre alguno, sino que era dueña de su casa, diaconisa, pues la presidencia de las comunidades la desempeñaban los propietarios y propietarias que acogían a las comunidades (Pikaza). Sin embargo, la tradición de la Iglesia  ha marginado en extremo a las mujeres despojándolas de todo ministerio. Durante mucho tiempo desempeñaron y aún en nuestro tiempo ejercen  funciones subalternas: camareras de la Virgen, limpiadoras, administradoras del dinero, cuidadoras de los consagrados y consagradas, encargadas del ropero, etc. A pesar de todo, hoy, se ve un cierto despegue en sus atribuciones: leían en la Iglesia, cuando Juan Pablo II ponía el grito en el cielo; hoy, dan la comunión; presiden la celebración de la Palabra en algunas comunidades. Como se ve  el movimiento de renovación es imparable aunque vaya lento. Lo que antes nos parecía malo y prohibido, hoy se toma con suma naturalidad. A veces, recibo la comunión de una mujer, de un laico o del mismo sacerdote. Estamos, pues, en una época de transición, en la que el Espíritu está hablando en la Iglesia, mediante hechos y nuevas costumbres, y no sabemos adónde este proceso va a ir parar; posiblemente, a la equiparación ministerial de las mujeres con los varones. Para ello, será necesario que los ministerios se conviertan en diaconías, en servicios, no investidos de autoridad y poder; ejercidos algunos de ellos temporalmente y sin que la condición de acceso sea el celibato obligatorio.

En conclusión, me aventuro a decir, tras la hipótesis del párrafo anterior que la Jerarquía se va a ver obligada a investir en los ministerios a laicos y mujeres ante la escasez de sacerdotes, que parece no tener fin, según una noticia que he leído últimamente en “elpais.com: “La Iglesia Católica se vacía de seminaristas, sacerdotes y religiosos”. Por este motivo, creo que no es ilícito o perjudicial para la Iglesia que se vayan realizando experiencias de eucaristías, de forma gradual, en las que consagra la comunidad cristiana, aunque haya una persona que presida- laico o laica- y pronuncie las palabras: “Tomad y comed…Tomad y bebed…”
¿Qué hago yo? ¿Cuál es mi postura? 1º) Normalmente, voy a la eucaristía los domingos y festivos y acepto, por supuesto, sin ningún problema recibir la comunión de un laico o laica, tras la consagración realizada por un presbítero. 2º) Creo que, en nuestras comunidades, si hay un presbítero, por cortesía y costumbre ministerial hemos de darle la preferencia para que presida y consagre. 3º) Estoy de acuerdo con el Moceop en que ha llegado el momento propicio con Francisco para que este autorice a los presbíteros casados, que lo deseen, a volver al ejercicio ministerial del que fueron separados. Ellos también pueden desempeñar en estos momentos de ausencia de vocaciones  un excelente y necesario papel en nuestras comunidades.4º) Si no lo hubiera , y más por ausencia consciente debido al miedo a  que el obispo de la diócesis pudiera tomar medidas contra ellos por oficiar la eucaristía de determinados grupos no bien vistos por la Iglesia , ¿no deberíamos ensayar alguna vez lo que yo llamaría para entendernos “la consagración comunitaria”? ¿Cuándo? Siempre que todos los asistentes estuviesen de acuerdo y no les supusiese un problema de conciencia o escándalo. En el Grupo Cristiano de Reflexión y Acción vamos a tener el problema de no disponer  de un presbítero. En ese caso, ¿hemos de privarnos de celebrar juntos la eucaristía?, presidida por un laico o una laica, pronunciando siempre las palabras: "Tomad y comed..."Tomad y bebed..." 4º) Particularmente,  animo a que se asista a una de esas “eucaristías comunitarias”- la denominación puede no ser satisfactoria- y compruebe cada cual por sí  mismo el valor de la experiencia y si el Espíritu habla a través de esta nueva forma de celebrar la eucaristía. Por otra parte,  hay  comunidades muy hechas que  realizan la experiencia en unos límites  determinados, sin escándalos ni ostentación para probar quién es más renovador o progresista. Es posible que al principio se  pase mal, por propia experiencia, lo sé; pero el evangelio nos pide individual y comunitariamente la renovación por el Espíritu. Luego, según  cada cual, según su  conciencia, decida en libertad. Recuérdese, además, toda la Historia de la Iglesia y cómo los ministerios se van imponiendo con un carácter jerárquico copiado de Roma. La figura del obispo llega a suplantar en algunas afirmaciones al mismo Cristo, subrayando la obediencia  como excelsa virtud cristiana y no el carácter profético del evangelio y el amor y cercanía a los pobres.” De aquellos barros, estos lodos”. Quizás, hubo necesidad de la autoridad para que la barca de Pedro pudiera seguir navegando a través de la historia  en medio de tantas dificultades   y de la complejidad cada vez mayor de la vida y del mundo, ¿pero, de verdad, fue necesaria tan férrea autoridad, tanta que  sometió  al Pueblo de Dios a un anonimato y pasividad en ceremonias y concilios, e incluso haciendo pagar a la gente sus presuntos o reales desvíos  con severos y crueles castigos?
              
  Espero no haber aburrido con este   extenso texto,  pero, que a la vez,   me ha servido para posicionarme gradualmente en la cuestión planteada.  

Francisco González.




miércoles, 30 de enero de 2019

DESDE MI VENTANA: "MI VECINA LA PALMERA"


   

       DESDE MI VENTANA:

“MI  VECINA  LA PALMERA”


Cuando medito o trabajo en el ordenador, observo la palmera  que está frente a mi casa.

Desde la ventana de mi escritorio, la veo y admiro su esbeltez. No es frondosa, pero si grácil y alta, más alta que sus dos vecinas que conviven con ella, soportando el calor, el frío y el viento gaditano, sobre los jardines de la avenida.

En este momento, once de enero de 2019, sus ramas están  verdes y se mueven gracias a un viento ligeramente suave. A veces, este temblor que produce, cosa rara en Cádiz, el casi imperceptible movimiento se acelera por el cambio en la intensidad del viento, pareciéndome sus ramas hilillos iluminados  por el sol de la mañana.

He sentido una gran alegría al comprobar que mi vecina, la palmera, ha vuelto a recobrar su espléndido verdor después  de la sequedad del verano. Puedo decir, por tanto, que ella es el instrumento natural que me permite conocer los cambios en la fuerza del viento, la mayor o menor iluminación del sol y el paso de una estación a otra. Es un heraldo permanente que capta mis observaciones  y un elemento de constante presencia en el decorado de esta avenida de Cádiz, moderna y urbana, que nos atosiga con su tráfico de vehículos,  convertida, ahora,  en   miniautopista  debido al acceso del nuevo puente, garganta que vomita día y noche vehículos de todas clases en veloz dirección al centro y puerto de Cádiz.


Gracias, palmera, fiel vecina,  por ponerme en contacto con lo que queda de naturaleza a  este lado de la  zona; el otro, es el mar, no siempre amable en tiempos revueltos.