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miércoles, 8 de junio de 2011

REFLEXIÓN ANTE LA CRISIS:TIEMPO DE ESPERANZA Y COMPROMISO CRISTIANO

REFLEXIÓN ANTE LA CRISIS ECONÓMICA: TIEMPO DE ESPERANZA Y COMPROMISO CRISTIANO
Para un numeroso sector de la opinión pública, la crisis económica se inserta en una crisis global y tiene como causa la crisis de valores que se percibe en nuestras sociedades modernas. No obstante, no parece acertado solapar los problemas económicos derivados de la crisis con la pérdida de valores, porque la crisis global que padecemos presenta distintas caras- económica, política, ecológica, educativa, familiar, etc- y cada una de ellas merece un análisis específico, sin olvidar, por supuesto, que vivimos en un mundo globalizado en el que las causas, consecuencias y circunstancias de un acontecimiento determinado, ocurrido en un lugar del globo ejerce una influencia benéfica o perjudicial en cualquier otro, por alejado que esté del hecho desencadenante. No resulta, pues, convincente la opinión de ciertos tertulianos de medios de comunicación cuando dicen que la situación económica tendrá solución más tarde o más temprano, pero que lo más grave es la creciente pérdida de valores; se equivocan, a mi entender, en la primera afirmación, aunque acierten en la segunda. Sin duda, en el orden del pensamiento, la crisis moral es el disco duro de la problemática situación que vivimos, pero, en la práctica, es necesario atajar cada crisis, de forma específica, aunque se tenga una visión de conjunto del plano técnico y moral, ya que en la búsqueda de soluciones a la ascendente precariedad laboral y pobreza, al deterioro imparable del medio ambiente, al inquietante y cada vez mayor desinterés de nuestra infancia y juventud por los temas culturales y académicos y a la corrupción de un número significativo de políticos, entre otros problemas, podemos detectar esa pérdida de valores que está dejando a la intemperie los diferentes campos y facetas de nuestras vidas.
No nos vale tampoco decir como justificación que los asuntos económicos y, concretamente, los de esta crisis, son muy complejos, y que sólo los pueden entender los expertos, cuando, por distintos medios informativos, vamos conociendo los efectos nocivos de la crisis en las capas medias de la población, los hombres y mujeres del trabajo, las pequeñas y medianas empresas y, sobre todo, en los sectores más empobrecidos de la sociedad; en contraste con la impunidad en que se desenvuelven los causantes de la debacle financiera, a la vez que son premiados con suculentas subvenciones o protegidos de los recortes económicos que sufre la mayoría de la población.
Es también un error reducir la crisis a los enfrentamientos entre el Gobierno y la oposición, aunque aquel tenga una parte importante de responsabilidad en haber respondido tarde y defectuosamente y la oposición no haya sabido tampoco dar respuestas con soluciones concretas, que hubiesen aportado orientación y apoyo al ejecutivo. No olvidemos que la grave depresión que sufrimos tiene causas externas, debidas a la especulación de la banca estadounidense con las hipotecas basuras- subprimes- y la consiguiente quiebra de importantes entidades bancarias de ese país. Los beneficios financieros obtenidos, al margen de la economía productiva, han tenido desastrosas consecuencias para muchas familias que veían como se hundían sus ahorros y perdían las viviendas hipotecadas. También ha causado efectos catastróficos en la población mundial en general, arrastrando a cuarenta y cuatro millones de personas a la mayor pobreza en los países en desarrollo por la subida de los precios de los alimentos.
Este tsunami financiero ha caído sobre la maltrecha economía española con efectos muy perniciosos. Desde 2008, un millón de mujeres y un millón y medio de hombres han perdido su empleo. Un 15% menos de trabajadoras reciben la prestación por desempleo, y se han visto considerablemente afectadas en la atención a sus familias a causa de los recortes sociales del Gobierno, inducidos por las corporaciones financieras. En el cuarto trimestre de 2010, 1.328.000 familias españolas tenían a todos sus miembros en paro, viviendo de la caridad pública por el recorte de las ayudas gubernamentales. Y Llega ya al millón los inmigrantes “sin papeles” en un entorno de pésimas condiciones de vida.
Si prestamos atención a nuestra realidad más próxima, nos daremos cuenta de que Cádiz- capital y provincia- lleva mucho tiempo en crisis. Es un enfermo que ha padecido numerosas convulsiones, incluso antes del período crítico. Baste recordar los efectos de las reconversiones de los años ochenta en el sector naval, que supuso la pérdida de numerosos puestos de trabajo y el aumento desmedido de las tasas de paro. Más tarde, en la época de crecimiento económico de los noventa, siguió estando en los primeros lugares en cifras del desempleo. Desde 2007, año en que la crisis empezó a dar la cara, el aumento del paro ha sido galopante; como botón de muestra citaremos los 181.856 gaditanos sin trabajo, a finales del mes de marzo, aunque con un esperanzador descenso de 154 personas menos con respecto a febrero: una gota de agua en el ancho mar del paro.
Ante este panorama desolador, detrás del cual hay personas y corporaciones sin escrúpulos, que anteponen sus intereses económicos y de poder a las necesidades más perentorias de la mayoría de la población, el mundo cristiano y la Iglesia deberíamos preguntarnos qué podemos seguir haciendo para salir al encuentro de tantas víctimas del sistema y de nuestros propios egoísmos; cuál es la razón de nuestra esperanza en circunstancias tan desfavorables, y quizá, también, plantearnos una pregunta que hoy puede parecer a algunos trasnochada: ¿Qué pensaría y haría Jesús de Nazaret aquí y ahora? La respuesta no es fácil pues depende de si hemos aceptado como guía de nuestras prácticas sociales al Jesús que se oponía a aquellos poderes de su tiempo, injustos para con los necesitados de la época- niños, mujeres, pecadores y pobres- y a los que calificó de “errantes como ovejas sin pastor”( Mc 6, 34).
Consecuente con este mensaje de Jesucristo, el papa Benedicto XVI, en su Carta Encíclica “Caritas in Veritate”, reconoce que “el desarrollo económico está “aquejado por desviaciones y problemas dramáticos” que “la crisis actual ha puesto de manifiesto”, y propone la necesidad de “nuevas reglas y nuevos compromisos”. Considera que “la persona no puede ser instrumentalizada” por el sistema y pide “la consideración de los derechos del hombre del trabajo”; y la actividad laboral como “expresión de la dignidad esencial de todo hombre y de toda mujer” y medio para “satisfacer las necesidades familiares”.
A la luz del mensaje cristiano, debemos, pues, orar la crisis desde sus víctimas; dialogar la realidad con el Evangelio y la DSI en la mano, documentándonos al mismo tiempo en las noticias de cada día para descubrir los “signos de los tiempos” en ellas y en los acontecimientos. Viviendo esta experiencia, a la vez difícil y apasionante con alegría y esperanza cristianas, desde la austeridad, el anuncio de Jesucristo, la denuncia profética y el compromiso personal y comunitario con los pobres, daremos testimonio de Jesucristo y afirmaremos la vigencia de su mensaje entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Francisco González Álvarez

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