SIENTO TRISTEZA E IMPOTENCIA ANTE LA SITUACIÓN DEL PAÍS.
A veces siento tristeza, acompañada de cierta impotencia por
no poder ayudar a las personas buenas, honradas y trabajadoras que no tienen lo
que llamamos suerte en la vida; o
que debido a circunstancias adversas
como es, en estos momentos, la inquietante y peligrosa presencia del covid-19, se ven abocadas al paro, a causa de la pérdida de su trabajo- autónomo o por cuenta
ajena-, que venían realizando con normalidad hasta el momento de la crisis; una
crisis que como la anterior ha pasado factura a los de siempre, a la mayoría
social. A algunos no los ha tocado la pandemia con su negra vara y, en cambio,
ha hecho más ricos a los ricos.
Se que esa tristeza
que siento, y a la que he aludido al principio del escrito, nace del amor. El
amor es un sentimiento, pero también una fuerza racional, constitutiva de la
naturaleza humana, que nos impulsa a abrirnos al otro o a los otros. Este amor
racional, con base también sensible, pues, como decía el filósofo: “No hay nada
que pase por la mente que antes no haya pasado por los sentidos”, presenta una
doble vertiente y dirección: la primera, el amor a las personas, materializado
en la virtud de la fraternidad. Este amor es, por tanto, personal, si se conoce
a la persona o personas víctimas de las circunstancias. También puede ser un
amor social, hacia un colectivo determinado, que esté gravemente afectado por
un percance de cualquier naturaleza. En este caso, el amor se materializa en la
virtud de la solidaridad.
El amor personal a quienes reconocemos víctimas en nuestro
ambiente cercano, fraterno y el colectivo, social y solidario, exigen una
respuesta por parte de quien ama en el sentido que hemos explicado antes; se
siente tristeza por la suerte del
prójimo y se decide aliviar o corregir la desazón y el sufrimiento de quienes
son víctimas de crisis provocadas por el hombre o sobrevenidas por una causa
física difícilmente previsible.
En el otro lado de la realidad, como si estuvieran
presenciando un espectáculo desde la barrera. Se encuentran quienes no han
padecido esta crisis y la anterior, sino todo lo contrario. Han salido más
beneficiados que antes, y salvo honrosas excepciones, llaman “paguita” al
Ingreso Mínimo Vital, ellos y ellas que votaron a quienes llevaron a cabo un
sistemático plan de desahucios, recortes en los empleos y recursos y privatizaciones
sin límites, de tal manera que un afamado
periodista los ha llamado “piratas de lo público”. Y ahora temen que
determinadas reformas propuestas por el partido situado más a la izquierda del
Gobierno puedan alterar su estatus de confort, que los blinda de cualquier eventualidad que haga
peligrar sus intereses económicos y sociales. Por tanto, determinados sectores
de esta clase más pudiente llevan a cabo campañas de acoso y derribo al
Gobierno si no se deshace de su socio, U.P.
Como se puede comprobar por la situación descrita, España
permanece secularmente dividida entre el egoísmo de unos, disfrazado de un
falso patriotismo, y el sufrimiento de otros, que han visto como su hacienda está
por los suelos ante la indiferencia y las zancadillas de los ricos y muy
pudientes de este país.
Por consiguiente, siento tristeza cuando observo la
postración en que han caído quienes lucha a brazo partido por salir adelante,
en muchas ocasiones sin resultados, e impotencia porque sé que ese egoísmo e
insolidaridad de quienes tienen la sartén por el mango es el peor obstáculo
para la reconstrucción sanitaria, económica y social de este país.
¡Qué pena!
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