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viernes, 10 de enero de 2014

¿TODAVÍA EL MUNDO OBRERO?

¿TODAVÍA EL MUNDO OBRERO?

 Cuando salga a la luz este artículo, se habrá celebrado el “1º de Mayo”, en su doble vertiente cristiana y laica. En la Iglesia diocesana, con motivo de la festividad de San José Obrero y el “Día Internacional del Trabajo”, la Pastoral Obrera- integrada por movimientos, equipos y religiosas en barrio-organiza todos los años actos de oración, reflexión y reivindicación en torno a los problemas más acuciantes del mundo del trabajo.

 El Secretariado diocesano de Pastoral Obrera pretende con estas actividades mantener viva en la comunidad cristiana la llama de la solidaridad con los hombres y mujeres del trabajo, a la vez que invitar al laicado gaditano, a sacerdotes, comunidades religiosas, parroquias, asociaciones eclesiales y ambientes cristianos a colaborar en la tarea evangelizadora de dar a conocer el mensaje de Jesucristo y la Doctrina Social de la Iglesia en un sector social tan numeroso y sufrido como es el mundo obrero. No obstante la importancia de esta tarea, los últimos años han sido testigos de las dificultades de las organizaciones de la Pastoral Obrera para extenderse en el seno de la Iglesia y en la sociedad. Causas internas y externas han contribuido a la pérdida de protagonismo, al estancamiento en el crecimiento de militantes, a la falta de vocaciones sacerdotales orientadas a esta pastoral y a la asistencia espiritual a militantes obreros cristianos. La situación es grave si se tiene en cuenta que, cada vez más, la sociedad, los trabajadores y trabajadoras y los jóvenes se alejan de la Iglesia; y para verificar esta afirmación sólo hay que consultar las estadísticas de entidades tan prestigiosas como la Fundación Santa María. A las parroquias les cuesta trabajo llegar a los vecinos de los barrios donde están ubicadas, salvo en la acción caritativo-social, gracias a la ingente labor de Cáritas. Un número importante de jóvenes languidecen en soportales, en compañía de sus perros y litronas, ajenos a la vida comunitaria, al desarrollo de valores y las actividades formativas de las parroquias. Adultos y personas mayores se hacinan en bancos, en esquinas o en bares de las barriadas más pobres, hablando de fútbol o de algunas noticias de más o menos interés. La mayoría de las mujeres adultas se recluyen en sus viviendas mientras hacen sus tareas domésticas o se las ve ir y venir en rápidos desplazamiento a la compra en el mercado o en la tienda.

 ¿Cómo podemos asumir desde las comunidades periféricas, como son algunas parroquias, y sus grupos de evangelización las ricas experiencias de la vecindad, cargadas de valores y contravalores, de relaciones comunitarias y enfrentamientos callejeros, de expectativas juveniles y de actos de abatimiento ante la secuela del paro, la droga o la desestructuración familiar? No hay otra solución que la encarnación real en la gente que forma nuestra vecindad. Los brazos fraternales y solidarios de la Comunidad Cristiana no pueden llegar a las personas que necesitan del mensaje de caridad, justicia y esperanza de Jesucristo, si aquella no está interesada en la constitución de equipos parroquiales de pastoral obrera y de movimientos obreros cuyos miembros se encarnen con respeto y libertad en las realidades de los barrios. No queremos decir aquí que sean los únicos grupos llamados a realizar esta tarea evangelizadora con los alejados; Cáritas, la catequesis y ciertas prácticas litúrgicas como bautizos, primeras comuniones y exequias permiten también tomar contacto con el vecindario, pero algunas de estas actividades son puntuales y otras bastante breves en el tiempo.

 Sin embargo, la actuación de militantes, en permanente relación con agentes vecinales, miembros de asociaciones y vecinos en general puede contribuir a poner una respuesta cristiana en medio de las aspiraciones y problemas cotidianos de los hombres y mujeres con los que se comparte la vida. Por estas razones, resulta extraña la insensibilidad de determinados sectores cristianos, preocupados por las personas y familias de nivel cultural medio o alto y poco o nada ante el alarmante deterioro del tejido familiar y social de los barrios obreros, que está afectando gravemente a la vida y el trabajo, no sólo de muchos adultos, sino de numerosos jóvenes, que no ven otro porvenir que la resignación y estar “los lunes al sol”. Es más, estiman que movimientos como la HOAC y la JOC están hoy obsoletos porque muchos hombres y mujeres del trabajo, así como sus hijos, han llegado a la universidad y tienen un nivel económico nunca soñado en otro tiempo; como si la especialización en la evangelización terminara una vez alcanzado por los destinatarios un nivel de vida aceptable y sin tener en cuenta, además, a los miles de personas en edad de trabajar atrapadas en la pobreza por la precariedad de las condiciones laborales en que se desenvuelven y los casi cinco millones de parados, que un día perdieron su puesto de trabajo y, en su nueva y deteriorada situación, necesitan del apoyo y solidaridad de la comunidad cristiana.

 Otro tanto habría que decir de la indiferencia de personas y grupos ajenos a la Iglesia, cuyos criterios no difieren mucho de los expuestos más arriba, y de los que participan también algunos sectores cristianos. Sus preguntas se corresponden coherentemente con las afirmaciones de sus respuestas: ¿Todavía el mundo obrero? Pero, ¡si ya no hay trabajadores! ¡Qué pensamiento más desfasado el de los movimientos y equipos obreros cristianos! Incluso, intentando buscarle una finalidad, se les confunde con sindicatos confesionales eclesiales, aunque, estas organizaciones no existan realmente en la situación española actual. En el fondo, con esta forma de pensar, consciente o inconscientemente, se está obstaculizando una de las tareas más desinteresadas de las que se puede realizar socialmente en nuestros días: salir al encuentro de personas y familias concretas más afectadas y abandonadas por un sistema económico que pone sus prioridades en la competitividad y el beneficio. 

¿Qué puede significar para un joven y un adulto acuciado por el desempleo y la pobreza el ser más competitivo, aspirante a cotas cada vez más altas de ingresos y prestigio social sin los medios mínimos para poder luchar siquiera en defensa de su dignidad de persona y de ciudadano o de ciudadana que tiene derecho a una suficiente calidad de vida? ¿Qué importancia puede tener para este sistema basado en el dinero ese trabajador o trabajadora ahogado por la precariedad de su trabajo y las necesidades no satisfechas de su familia? No representa nada; es un miembro inútil porque no es portador de rentabilidad.

 Para nosotros, hombres y mujeres cristianos, miembros de movimientos y equipos obreros, agentes de pastoral, estas personas, víctimas de la crisis económica, de la productividad cada vez más flexible y eficiente, de la precariedad laboral y del desempleo, deben ser el sujeto principal de nuestra evangelización, en su triple dimensión de anuncio del evangelio, de la lucha por la justicia y de la transformación social como proceso que debe ser asumido, interiorizado y aceptado personal y socialmente, no sólo por la comunidad cristiana sino por los que sufren los problemas, única manera de que los afectados se impliquen y compliquen en su propia liberación personal y colectiva, al mismo tiempo que han de implicar y complicar a los que tienen la responsabilidad económica y política de proporcionarles los medios culturales, sociales y materiales suficientes para poder vivir con la dignidad de los hijos de Dios.

 Francisco González Álvarez.

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