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lunes, 6 de enero de 2014

EPIFANÍA DEL SEÑOR.LA EXTRAORDINARIA MANIFESTACIÓN DE DIOS EN EL NIÑO DE BELÉN.


¿Quién puede negar la sugestión que la lectura  del pasaje evangélico de Mt, 2, 12, en la celebración de la Epifanía del Señor, producía en nuestros espíritus infantiles  e, incluso, ahora, en pequeños  tan avisados e informados por los avances de la tecnología y de la información? Y, sin embargo, el  texto evangélico no fue escrito exclusivamente para niños. En  lo maravilloso y simbólico de su estilo, propio de la cultura antigua, se refleja un profundo contenido en el que se anuncian los aspectos más característicos de lo que iba a ser la vida y obra de aquel niño conocido más tarde como Jesús de Nazaret.
Unos magos, sabios y poderosos extranjeros, guiados por una estrella, signo luminoso de la Providencia, encuentran al Niño de Belén en un precario hogar, rodeado de amenazas y peligros por la mano asesina de Herodes, circunstancias que presagiaban lo que iba a ser su vida.  Sienten una inmensa alegría y lo adoran. ¡Qué contradicción, no sólo para la sociedad de aquel tiempo, sino también para la nuestra, la actitud  de aquellos hombres instruidos y poderosos postrándose ante un humilde bebé, y, para mayor contraste social, el ser extranjeros! Si enlazamos este relato de la Epifanía con el de Lucas, 2,1-14, de la Natividad del Señor advertiremos con claridad el carácter periférico de de sus mensajes: “En aquella región había unos pastores  que pasaban la noche al raso, velando por turno su rebaño”. Ellos también reconocieron la grandeza del aquel niño por inspiración de los ángeles. Independientemente de la posible historicidad o no de algunos detalles, el mensaje se define rotundamente: a Jesús lo adoran los humildes, representados en la figura de los pastores  y extranjeros  venidos de distintas latitudes, en la figura  de los Magos. La extraordinaria manifestación de Dios en un niño, originalísima presencia del Todopoderoso, desconocida en otras religiones, se manifiesta hacia la periferia.
 Es lo que ciertamente hizo Jesús en su vida adulta, apasionado  del Reino de Dios, mensajero del  Dios misericordioso y compasivo, y, por tanto, lento a la cólera, anuncia  la Buena Noticia de que “los últimos serán los primeros” (Mt 10,31); “los pequeños serán grandes” (Mt 18,4). “Se curarán los enfermos y oirán los sordos” (Mt 11,5). “Los pecadores serán perdonados” (Mt 6,14). “Los oprimidos serán liberados (Lc 4, 18). “Serán saciadas toda hambre y toda sed” (Lc 4,18). En definitiva,  un intenso y sugerente programa también para el mundo actual, cuya periferia conocemos bien, poblada por desempleados, desahuciados, pobres, mujeres y niños maltratados, entre otros excluidos del sistema; extensa legión de víctimas en una sociedad injusta, obsesionada por el dinero y la rentabilidad, y que merecen y necesitan de nuestros cuidados y denuncias de sus males, tal como hizo  Jesús en la sociedad de su tiempo.
Sin embargo, la parcialidad evangélica  en favor de los desubicados y empobrecidos de este mundo, no nos debe hacer perder de vista que el mensaje de Jesucristo es universal y se dirige, por tanto, a todos, hombres y mujeres, porque en Él “se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres” (Catecismo, página 17). Así que, desde esta universalidad, hemos de saber cómo orientarnos y caminar, si desde el centro a la periferia para acoger a los necesitados e indigentes, o en la misma periferia siendo acogidos en nuestras necesidades. La orientación de nuestro camino dependerá, por tanto, de los dones y bienes  que hayamos recibido y estemos decididos en conciencia  a compartir.
Francisco González Álvarez.



        

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