NECESIDAD DE
LA RELIGIÓN VERDADERA.
Cuando los sectores más representativos de la opinión
pública hablan o escriben de religión lo hacen frecuentemente desde la perspectiva de la devoción, el culto
y las imágenes. Incluso, en los sectores más críticos, a veces, se califica de
“meapilas” a cualquier persona que practica una religión, y, más concretamente,
la católica. Este adjetivo sustantivado,
de significado despectivo, ha venido a sustituir al más refinado “beato o
beata”, que en términos teológicos significa “hombre o mujer bienaventurado”//”beatificado
por el Papa”, y que popularmente se le adjudica a la persona que “frecuenta
mucho los templos” o de muchas prácticas religiosas, en ocasiones,
superficiales.
Nos sugiere esta reflexión la extraordinaria actuación
de la comparsa “La Serenísima” del genial autor carnavalesco Juan Carlos
Aragón, hace unos días en el imponente escenario de la plaza de la Catedral
gaditana, principalmente, una de sus secuencias, en la que dice que: “Quien
necesite de Dios porque sea devoto que le rece a dos velas, como estamos
nosotros…”, como está nuestro pueblo por
los efectos nocivos de la crisis y los
recortes.
¿Por qué esta
percepción peyorativa que los no creyentes tienen de los que practican una
religión? Suponemos que es una consecuencia de la visión que la Iglesia y los
cristianos- también instituciones y fieles de otras religiones- hemos dado del
fenómeno religioso.
Durante el nacional-catolicismo un buen cristiano era
el que iba a misa todos los domingos y fiestas de guardar. Faltar a un acto
religioso de carácter obligatorio como la misa se consideraba pecado venial o
mortal según la frecuencia de las ausencias. Esta obligación iba
acompañada de unas normas de moral
estricta en lo sexual. La responsabilidad moral por pecados sociales como el
robo, la estafa, la extorsión o la usura quedaba limitada al plano de la
responsabilidad personal. Desde esta forma de entender la moral social, eran
frecuentes las incoherencias de los creyentes entre sus prácticas religiosas y
sus actuaciones en la sociedad. No era extraño ver a alguien que, a la vez que
especulaba con el precio de las viviendas en su negocio inmobiliario, comulgaba
con frecuencia porque su vida era “intachable” como cónyuge, padre o vecino.
Este comportamiento propio de una moral disociada resultaba extremadamente
escandaloso para los no creyentes, las víctimas de tales negocios inmorales e
incluso creyentes con un sentido de la justicia más integral y equilibrado. En
la práctica, el canon de la moral católica quedaba vedado a los
comportamientos económicos, sociales y
políticos, a pesar de la vigencia de los principios y orientaciones de la
Doctrina Social de la Iglesia.
La fidelidad de la Iglesia de España al Régimen
Franquista provocaba esta esquizofrenia de carácter ético al no denunciar la
inmoralidad de un sistema de poder que censuraba y perseguía todo intento de
defender la libertad y la justicia social.
La primavera que supuso para la vida de la Iglesia el
Concilio Vaticano II, considerado como el mayor acontecimiento espiritual del
siglo XX, permitió aires de renovación en la institución eclesial, su
acercamiento a las aspiraciones y necesidades del ser humano, una más profunda
comprensión del amor a Dios inseparable
del amor al prójimo y la preocupación de la Iglesia por los problemas del mundo
moderno. La cadena de acontecimientos que llenaron de esperanza este breve pero
privilegiado periodo de la vida de la Iglesia de España fue extraordinaria: la Asamblea
Conjunta de obispos y sacerdotes, el compromiso de los movimientos y curas
obreros, la proliferación de comunidades de base y de otras asociaciones
cristianas que, no sólo dinamizaron la vida eclesial sino también el mundo
obrero, los barrios, plataformas, sindicatos y partidos.
Esta explosión de lucha y compromiso hizo que personas
ajenas al mundo católico y organizaciones laicas manifestaran una actitud
abierta y colaboradora con los hombres y mujeres cristianos que militaban en
los distintos campos políticos y sociales.
Sin embargo, la
intensidad del compromiso sociopolítico
no impedía que los militantes celebraran-en medio de la represión y
persecuciones del Régimen- sus eucaristías y actos comunitarios de fe, cuyos
signos litúrgicos se cargaban de
contenidos basados en las necesidades y
aspiraciones de los familiares, vecinos, compañeros y compañeras de trabajo y
de los ambientes.
Cuando llegó por fin la ansiada democracia, muchos
cristianos participaron de la ilusión de tantos españoles que esperaban nuevos vientos de justicia y
libertad. Las palabras del Cardenal Tarancón ante el Rey resonaron en el
hemiciclo de las Cortes como anuncio de una nueva y respetuosa actitud de la
Iglesia al proyecto democrático que se estaba gestando en España.
Todas estas circunstancias influyeron positivamente en
el ánimo del mundo cristiano comprometido social y políticamente. Los
militantes eran conscientes de las imperfecciones de la nueva criatura política
que nacía tocada por las fórmulas de compromiso de fuerzas ideológicas muy
dispares en ese momento y se aprestaron,
a pesar de todo, a una incansable tarea de construir y reconstruir las
distintas realidades de la vida ciudadana.
Pasadas las primeras ilusiones democráticas, la
política se profesionaliza, se agudizan los conflictos sociales como
consecuencia de las drásticas y crueles reconversiones en el sector del metal.
La sociedad española se conmociona no pocas veces por el terrorismo. Crece el
paro y, aunque esta lacra social convive con el estado de bienestar tan
laboriosamente conseguido, el trabajo disminuye progresivamente como un efecto
perverso y estructural del sistema
neoliberal, sin que los responsables políticos aporten otra solución que el
subsidio de desempleo. Un creciente consumismo que llega a ser desmesurado,
coexiste con la situación de paro y
pobreza de varios millones de personas, confirmando este hecho los
desequilibrios del sistema capitalista. Incluso, aumenta la exclusión social. A
pesar de todo, casi milagrosamente, se mantiene la normalidad institucional.
En el campo religioso, la Iglesia va perdiendo la
relevancia de los primeros momentos de la democracia. Nuevos vientos
conservadores procedentes de Roma contribuyen a ello. Los conflictos con los
gobiernos del PSOE por cuestiones bioéticas, educativas y sociales, que afectan
directamente a la vida ciudadana, dividen a la opinión pública, cuando se ve a
la institución eclesial muy cerca de sus causas de siempre y lejos de los problemas de la población y de
los sectores machacados por la crisis financiera. No sólo calla, sino que
prohíbe la difusión del comunicado de La HOAC y de la JOC contra la Reforma
Laboral del Gobierno en las iglesias de la Archidiócesis de Madrid. Creyentes y
no creyentes perciben a una Iglesia
alejada de los problemas de la
ciudadanía; de los que han perdido su
vivienda a causa de la rapiña de los bancos; de los que se han quedado sin trabajo
por las leyes laborales injustas; de las víctimas de los especuladores
financieros; de los familiares; de los discapacitados despojados de las necesarias ayudas económicas en estos casos, o de centros que los acojan; de las mujeres que son asesinadas a manos de
sus parejas… Este conjunto de omisiones eclesiales perjudican sensiblemente la misión de los
movimientos obreros católicos, asociaciones cristianas y comunidades de base,
que se perciben cada vez más aislados
por la falta de apoyo al interior de la Iglesia, el alejamiento progresivo de ésta
de los sectores más dinámicos de la sociedad y el rechazo por parte de militantes laicos de todo lo que “huele a Iglesia”. Cáritas y
Manos Unidas mantienen el tipo, a pesar de todo, con su ingente y muy
valorada labor en favor de los pobres.
Recordando, finalmente, la secuencia citada de “La
Serenísima” y otros tantos juicios de valor que corren por ahí sobre la fe y la
religión, no se nos ocurre nada más que reconocer la necesidad de un culto más
austero en tiempos de necesidades y lamentar, al mismo tiempo, como aquellos
profetas del Antiguo Testamento la incomprensión de nuestros contemporáneos y
de la mayor parte de la jerarquía católica a la misión de los militantes cristianos en
medio del pueblo.
¡Qué pena que el verdadero rostro de Jesucristo y su
mensaje de liberación quede vedado a la opinión pública, a los intelectuales y
artistas del pueblo y a la gente
sencilla por imágenes deformadas que nada dicen de su entrega a los pobres,
enfermos, mujeres, niños y demás
rechazados de la sociedad, denunciando la postración de estos colectivos a
causa de la injusticia!
¡Qué pena que
el testimonio de hombres y
mujeres, simples militantes y voluntarios de organizaciones minoritarias
cristianas no sea más conocido para desterrar esa falsa imagen de que la fe y
vida cristianas se reducen al culto, la devoción y “unas velas”!
Francisco González
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