DE QUIÉN ES LA EMPRESA
La empresa propia de una sociedad libre de mercado es indiscutible para los sectores que rigen este tipo de economía. Fuera de sus límites y filosofía de vida y acción no hay salvación; se es antisistema cuando se proponen modelos alternativos de empresa ya que, a juicio de sus defensores, directos beneficiarios, “ponen en grave peligro la seguridad del sistema que nos hemos dado”,
Sin
embargo, ¿todo son logros en este modelo de empresa, tan unánimemente aceptado
por los sectores económicos dominantes de nuestra sociedad? Para responder a
esta pregunta hay que analizar y criticar
aunque sea brevemente el sistema económico en el que se mueve la empresa neoliberal. La
Doctrina Social de la Iglesia (DSI), aunque pueda parecer extraño, incluso a
católicos poco o nada conocedores de las enseñanzas sociales cristianas, hace
una crítica muy consistente a la orientación de la economía dominante en
nuestra sociedad porque absolutiza el valor de lo económico situándolo por
encima de la vida de las personas. Para la DSI, no se pueden satisfacer los
deseos de unos pocos, que ganan mucho con
productos y servicios de lujo (J. Albarracín, 1991), y, en cambio, no se
satisfacen las necesidades básicas de una mayoría muy elevada de la población. El afán de lucro, la competitividad y la
propiedad de los medios de producción considerada en términos absolutos, el
crecimiento económico por el crecimiento económico, la acumulación de riquezas
y de poder, los progresos científicos y técnicos al servicio de la mayor
rentabilidad económica, la inducción al consumismo, la mercantilización de la
persona trabajadora y del trabajo, etc., si que ponen en grave peligro la vida
de las personas y del planeta, creando desigualdad, explotación, pobreza y destrucción del
medioambiente. Además, las enseñanzas sociales cristianas plantean también
exigencias a las instituciones públicas
y privadas para que estén abiertas a la
justicia social y que constituyan un orden jurídico y social, en el que las
personas trabajadoras sea sujetos de la vida económica y por tanto de la
empresa, orientando éstas al bien común
y la justa distribución de los bienes
Como
el sistema en que sustenta, la empresa neoliberal es también generadora de
desigualdad, explotación de las personas y de la naturaleza. El mercado libre,
por su tendencia a la concentración de poder, crea empresas gigantescas y
oligopolios, muy atractivos para los países que, siguiendo el ritmo de la
competencia y estimulados por los beneficios les conceden cada vez más facilidades fiscales,
en perjuicio de las pymes. Se consiente además que todas las empresas accedan
al mercado en las mismas condiciones, “no importa en qué medida cumplan o vulneren
los valores constitucionales, independientemente de su desempeño ético” (Felber,2015).
Al ser el beneficio un fin y no un medio, las grandes empresas realizan
inversiones financieras muy oscuras que llevan a la corrupción y la fuga de
capitales a los paraísos fiscales. Desde la perspectiva del trabajo, la
inseguridad en el empleo es tal que se desestabiliza su vida personal y
familiar; se precariza su nivel de vida por los bajos salarios y se incentiva
el paro ante la fragilidad del estatus de la persona trabajadora, impotente en
muchas ocasiones para defender sus derechos laborales.
Para el pensamiento social cristiano (DSI)
la empresa es una comunidad de personas al servicio de la sociedad y
estrechamente relacionada con el trabajo. Ha de proporcionar todos los medios
materiales necesarios para que pueda llevar una vida digna. Por consiguiente,
la empresa no ha de perseguir necesariamente, en primer lugar el beneficio, que
ha de ser un medio ya que el fin es el bien común. La empresa no debe obtener beneficios al margen
de las necesidades reales de la sociedad y del respeto que merecen los hombres
y mujeres del trabajo. Tiene, pues, esta institución una responsabilidad
respecto al trabajo y la sociedad, que, junto a la responsabilidad ecológica y
la económica- utilización eficiente de los recursos humanos y materiales y
producción también eficiente de bienes y servicios- constituye la trilogía de
responsabilidades para que una empresa, según la DSI, sea una comunidad social
y económica que respete a todas las personas relacionadas directamente o indirectamente
con ella.
Dos aspectos que suelen resultar
espinosos para determinadas posturas conservadoras son: la participación de las
personas trabajadoras en la empresa y la propiedad de ésta. La DSI reconoce la
legitimidad de los esfuerzos de los trabajadores en lograr mayores espacios de
participación en la gestión de beneficios, aunque “(…) pueda debilitar centros de poder ya constituidos” (Juan Pablo
II). Para la Iglesia, el que los trabajadores participen en el reparto de
beneficios, en la dirección y consejos de administración no perjudica a los intereses de la empresa; todo lo
contrario, la consideraran como “propia”.
Al ser la DSI un proyecto abierto en sus criterios, no en sus
principios, a las vicisitudes históricas, su concepción de la empresa es la cogestión,
orientada a una futura autogestión, aunque respete otras formas de propiedad
siempre que estén al servicio de fines sociales y la dignidad de las personas.
Visto el denso e importante
papel que la Doctrina Social de
la Iglesia atribuye a las personas trabajadoras, al trabajo y a la empresa
orientada al bien común, podemos constatar
lo alejada que está su visión de la que nos da a menudo el autoritarismo
y régimen injusto de la empresa neoliberal capitalista.
Francisco González Álvarez, ( HOAC.Cádiz).
Este artículo fue enviado al "Diario de Cádiz" con el ruego de su publicación; transcurrido un tiempo sin que haya aparecido en el citado periódico, he decidido publicarlo en mi modesto blog. Su realización responde a un compromiso con mi equipo de la HOAC de Cádiz, "Guillermo Rovirosa", en el que trabajamos el Plan de Iniciación a la Formación Política, y pretendo con él dos objetivos: 1º ) La posibilidad de ir abriendo caminos en una nueva concepción de la empresa y 2º ) Presentar la aportación que la Doctrina Social de la Iglesia hace a este propósito orientando la concepción de la empresa al bien común. Precisamente, desde hace varios meses funciona en Cádiz capital un grupo promotor de la economía del bien común (E,B,C), según los principios de Christian Felber, economista y profesor asociado de la Universidad de Viena.
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