LA VUELTA A JESÚS DE NAZARET (Primera parte).
EL CAMINO DE ESPINAS DE LA IGLESIA Y LAS COMUNIDADES HACIA EL ENCUENTRO REAL CON EL EVANGELIO.
Estamos asistiendo a
una crisis eclesial, que se enmarca en la gran crisis económica, social y
axiológica causada por el sistema neoliberal capitalista que gobierna el mundo.
La Iglesia española como un miembro más de esta sociedad, aunque importante por
la influencia ejercida en la historia de nuestro país y que todavía ejerce en
determinados sectores religiosos, educativos y sociales, está también
atravesada por los problemas de la reciente crisis que ha dejado en precario a la ciudadanía y a las instituciones. Un
ejemplo lo tenemos en el materialismo
con que algunos jerarcas eclesiásticos
manejan las situaciones internas de la institución: los frecuentes
despidos, desahucios, la continua preocupación por el dinero y la
inversión, la marginación del personal eclesiástico y laico que hasta hace poco
ha venido colaborando desinteresadamente con la Iglesia diocesana y el
desplazamiento laboral de trabajadores y trabajadoras a puestos de menor
significación y más control. Todas estas acciones, reflejo de prácticas del neoliberalismo capitalista, se han traducido en noticias que
poco a poco van llegando a la mayoría de la población y, más
concretamente, a los fieles cristianos de parroquias, colegios y asociaciones.
Un determinado número de creyentes- que no sabría precisar, aunque es
ciertamente alto-, está abandonando la
Iglesia desde hace tiempo, mientras que otro se muestra indiferente,
prefiriendo no saber nada, a fin de que su fe no peligre al tener que digerir
tan malas noticias. Hemos de tener en cuenta que las personas integrantes de la Iglesia Católica, en su mayoría,
procuran ser obedientes a su párroco y obispo
llueva o truene. Un tercer grupo lo forma una minoría de personas
preocupadas por la situación de la Iglesia en general y de la diocesana en
particular. Reflexionan sobre los
problemas eclesiales y procuran denunciar los desmanes eclesiásticos manteniendo una actitud de pesimismo esperanzado y activo-concretamente en Cádiz- ante la forma en que el obispo Zornoza y sus
colaboradores gobiernan la diócesis. En otras diócesis, no todas, se
dan problemas iguales o parecidos, que afectan al ánimo y deseo de pertenencia eclesial de la base católica.
Hay que tener en cuenta además que la Iglesia es una
institución jerárquica piramidal, donde no hay diálogo ni debate sobre las candentes cuestiones que le plantean el mundo moderno y las necesidades y
aspiraciones de los creyentes. Se desconoce
o ignora la autocrítica de sus dirigentes y la crítica interna. Por estas
razones, la evolución es mucho menor que en la sociedad. La Iglesia se ha hecho vieja. Muchos jóvenes están pasando su vida sin necesidad de creer en Dios; no conocen realmente a Jesús
de Nazaret, han escuchado algo, pero nada más. Para muchos de ellos, según
conversaciones que llegan a mis oídos,
Jesús fue un personaje que vivió hace muchos años; que fue muy buena persona y
que lo mataron por ser eso, bueno. Los
jóvenes que se van incorporando a la sociedad no lo hacen a la Iglesia, porque
no les dice nada y porque las muchas llamadas técnicas y de ocio cubren
aparente y provisionalmente sus expectativas y necesidades, en medio del vacío
cultural, político, social y religioso en el que vivimos.
No podemos olvidar el daño que a la institución eclesial le
están haciendo los delitos sexuales, realizados desde tiempo inmemorial, pero
hoy descubiertos por el extraordinario avance de los medios de comunicación y
las redes sociales. La pederastia, por ejemplo le ha estallado al papa y a los
obispos en las manos: cientos de sacerdotes, religiosos y algunos obispos han manchado su ministerio con esta lacra en
todo el mundo. La debilidad de la jerarquía para erradicarla la ha llevado a la
ocultación, a pedir resignación a las víctimas, a intentar indemnizarlas a
cambio del silencio y a ignorar su dolor a pesar de la gravedad de los actos,
en contra de la moral tradicional de la misma Iglesia. Frente a la libertad de los hijos de
Dios, estos jerarcas han impuesto la obediencia, invistiéndose de un poder
sagrado ilegítimo. Sin embargo, de nada
les está sirviendo parcialmente negar
los hechos y apelar a su autoridad a la que hay que obedecer, pues en numerosos casos se han cumplido las
palabras evangélicas: “Si estos callan, las piedras hablarán” (Lucas, 19,
40). El escándalo, pues, está servido.
La Iglesia tiene también perdida la adhesión de la mujeres,
porque el silencio ante los abusos sexuales, violaciones y asesinatos a manos
de hombres es clamoroso. La jerarquía se escuda en la denominada ideología de
género y con esta justificación tan débil ignora el drama de tantas mujeres.
Siempre ha querido sumisa a la mujer,
consagrada a sus obligaciones de madre y esposa. Se le ha pedido infinitamente
más que al hombre, al que se le ha reconocido autoridad sobre ella
e incluso, desde este reconocimiento, se han justificado abusos de los varones
en el matrimonio, mientras que a la mujer se le aconsejaba resignación.
En la vida consagrada las religiosas han sido siempre servidoras de los hombres. Han actuado como cuidadoras, cocineras y
limpiadoras. No es extraño pues que en el último 8 de Marzo monjas y religiosas
se adhirieran a sus denuncias y propuestas.
Se me ocurre pensar
que una ideología surge cuando una clase y/o un sector importante de la población de acuerdo con su género o necesidades sociales y económicas se
sienten dominados, insatisfechos por el trato que recibe del resto de la
sociedad o de los gobiernos y grupos dominantes. No perciben que sus derechos
sean respetados y ven la necesidad de la lucha, argumentando con
representaciones de la realidad sustentadas
en actitudes y creencias de origen no totalmente racional, por
emotividad y surgidas de un condicionamiento
social (*). No digo yo que la lucha de las mujeres no tenga alguna motivación
de este tipo, porque todo grupo que
entra en conflicto necesita de motivaciones e ilusiones que sirvan de fuertes estímulos en su
compromiso, pero el feminismo, que
es el movimiento que lidera la liberación
de las mujeres del machismo y el patriarcado, es mucho más que una ideología.
Tiene razones de peso para su indignación y movilización cuando asisten al
triste espectáculo de tantas mujeres vulneradas en su dignidad y asesinadas por
sus parejas u otros hombres. No se entiende, por tanto, el silencio de los
obispos en este grave problema y que no hayan roto una lanza por más del cincuenta por ciento de la humanidad,
compuesto por mujeres. Los gritos de “si matan a una nos matan a todas” y “yo
si te creo, hermana”, entre otros, no son escuchados por la jerarquía de la
Iglesia, cuando son mensajes desgarradores de compañeras ante tamaños abusos y asesinatos que no
merecen ni un minuto de atención de la jerarquía católica.
Con todo este rosario de
agravios, puede parecer que no encuentro nada positivo en la Iglesia a la que
pertenezco. No es así. Sería injusto si no tuviera en cuenta a los miles de
voluntarios de Cáritas y otras organizaciones católicas que atienden
integralmente a los pobres, ancianos, niños huérfanos, mujeres maltratadas,
prostitutas, esclavas de la trata de blanca, personas sin hogar, migrantes,
refugiados, misioneros y misioneras, que pierden la vida en una media de más
de mil asesinatos por año. Tampoco
olvido la labor educativa y sanitaria de las instituciones y congregaciones
católicas; de los movimientos obreros y de Acción católica; de las distintas
comunidades, de base, populares y eclesiales, los movimientos de jóvenes, las
parroquias de 24 horas, la gran labor humanitaria del Padre Ángel, etc. Pero
precisamente porque en la Iglesia se dan hermosas luces y profundas
oscuridades, me queda en el alma un sabor agridulce y una gran preocupación,
concretamente, por la actuación de la Jerarquía, pues es el espejo en el que
desde dentro y fuera de la institución se ve de forma distorsionada toda la
realidad de la Iglesia, como si el cristiano o cristiana de base y militante, no formara parte de esa Iglesia;
como si sus compromisos y positivas actuaciones pertenecieran a otra realidad
distinta, más allá del ámbito eclesial,
consecuencia del visión clerical de las personas creyentes e institucional de
las ajenas a la Iglesia.
Estas y otras preocupaciones están en la mente de teólogos,
biblistas y católicos de base que no ven otra salida ante el mosaico de valores
y contravalores que “volver a Jesús”, al
Evangelio, para que la Iglesia y sus comunidades puedan sacudirse de la
religión de las formas litúrgicas, aunque estas sean necesarias, pero en otro
contexto, y de la religión del poder eclesiástico y clerical. Necesitamos que
la Iglesia haga la síntesis aún pendiente entre
comunidad y ministerios, única forma de que se la reconozca como la
verdadera continuadora del mensaje de Jesús de Nazaret; se abra al mundo, se
preocupe por sus problemas y contradicciones; denuncie con más firmeza los
atentados a los Derechos Humanos, sin miedo al poder, ni apego a los
privilegios que este puede concederle, haciendo frente a sus obligaciones
cívicas y económicas como corresponde a una institución espiritual, evangélica,
que apuesta por el ser humano y sin afán
de lucro. Que erradique y denuncie los abusos sexuales, violaciones y la
pederastia en su seno; que permita aires de libertad al interior de la
misma; que sea una Iglesia pobre y para
los pobres; que acoja a los que los pasan mal cualquiera que sean sus creencias
o condición, convirtiéndose así, en definitiva en la “Casa Común” de todo
aquella persona, colectivo o pueblo que la necesite. Será así más creíble y
podrá difundir el Evangelio de Jesús de Nazaret con la transparencia de la que
hoy carece
.
Cádiz, 5 de agosto de 2019.
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