HOLA, QUERIDA PALMERA, AQUÍ ESTOY DE NUEVO.
Un día más te veo desde mi ventana, mientras me afano en mis
trabajos cotidianos.
Hoy, te observo revuelta. Te cimbreas poderosamente, movida
por este viento de levante que azota un Cádiz luminoso, preciosamente soleado.
Tu hermosa cabellera se mueve también intensamente.
Sé que eres un ser vivo, pero a lo largo de mi existencia, he
oído decir: AQUÍ ESTOY DE a profesores y científicos que, en el reino terrenal al que perteneces, no se tiene
conciencia de la propia identidad. No obstante, no niegan la posibilidad de que
poseas una cierta sensibilidad, pues, gracias a los experimentos científicos,
se ha llegado a detectar leves reacciones a estímulos externos como las
agresiones.
Sea lo que sea tu naturaleza sensorial, he dicho en alguna
ocasión que eres el termómetro que marca la temperatura- más abajo, más arriba-
de mis estados de ánimo y el pulso de mi vida en relación con los
acontecimientos sociales y políticos de cada día. No es que tú me avises de esas situaciones, sino que, al presentar
yo ante mi realidad circundante motivaciones,
desánimos personales, preocupaciones y alegrías: sentimientos y
emociones suscitadas por el estado de cosas del mundo exterior en mi espíritu,
si coincide tu movimiento- a veces,
suave; a veces, brusco- o tu esplendorosa quietud de algunos momentos
con el cúmulos de hechos, emociones e impulsos, veo en tu imagen el
símbolo de circunstancias que me ayuda a ser consciente de lo que me
rodea y a reflexionar sobre lo que me depara el día a día.
Bueno, amiga palmera, desde mi permanente confinamiento,
escondido del maléfico virus, me despido de ti, para volver a la actividad
cotidiana. Gracias por sugerirme pensamientos y sensaciones que me permiten
ejercitar esta, mi pobre e indolente, pluma.
¡Buenos días!
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