El ASESINATO DE GEORGE FLOID: MISERIA MORAL Y VIOLENCIA DEL
SISTEMA DE ORDEN Y AUTORIDAD DE LOS ESTADOS UNIDOS
Cualquier asesinato es cruel, pero el de George Floid tiene unas
características especiales: la fuerza con que la rodilla del policía
asesino presionaba sobre
la cara de la víctima, hasta el punto de dejarlo sin
respiración, fue directamente proporcional al odio y al racismo que
presuntamente el agente del llamado “orden público” tiene a las
personas de raza negra. Los hechos
reflejan una realidad que solo tiene una doble cara: la violencia y la impunidad.
Es verdad que la escena grabada por un vecino de la calle donde
ocurrió la tragedia,
no necesita más explicación: era lo suficientemente
plástica y contundentemente violenta para
que el hecho nos hable por sí solo: el cuerpo
pesado de un agente de policía aplasta con su rodilla la cara de un ciudadano
de raza negra, sin miramientos y, por tanto, sin sentimiento alguno de piedad
hacia el agredido. Es la fuerza de un hombre brutal, que no tuvo ni siquiera
una palabra de oposición de sus compañeros agentes de este “orden injusto” al
hecho deleznable que estaba realizando. No hubo de parte de ellos un solo gesto que disuadiera a su compañero de
las graves consecuencia que podía derivarse de su bárbaro acto.
¡Pobre y desgraciado el país en que se dan estos hechos!
¡Dónde queda el patriotismo de la mano en el pecho, mientras se canta el himno
nacional y se adora a la bandera de sus amores! ¿Qué personas tienen derecho a
integrar ese país, a juicio de supremacistas y racistas asesinos sin
conciencia? ¿Solo los blancos, a criterio del más puro y selectivo nazismo? ¿De
qué tipo de autoridad están investidos muchos de los policías estadounidenses,
que dan palizas, torturan y matan a personas, a las que consideran diferentes y
e inferiores? ¿Qué valores pueden significar unos asesinos que, en vez de defender a los ciudadanos, de
velar por su seguridad,
los agrede y mata.
¿Cómo puede la ciudadanía reconocer al agente, representante de una
autoridad que emana de poderes xenófobos y racistas, o indiferentes, como el
caso del presidente Trump, que solo se ha referido a los disturbios y destrozos,
estos últimos obra de desaprensivos; pero no ha tocado siquiera de paso el nudo de la cuestión: el
asesinato de Floid y de tantos otros ciudadanos negros a manos de un importante
número de policías que tratan peor que a perros a unos ciudadanos de los que Trump debería ser un presidente
objetivo, imparcial y justo.
A la vista de tanta injusticia e impunidad, el pueblo pierde
la confianza en sus mezquinos dirigentes y se echa a la calle, buscando en la
muchedumbre la fuerza, autoridad colectiva y el respaldo que le falta; asideros
que le han sido negados día tras día, año tras año, porque hace tiempo que el
problema se ha enquistado en Estados Unidos, después de una época de cierto
progreso gracias a las luchas, principalmente pacíficas, de activistas con
Martin Luther King.
En una época de subjetividad como la que vivimos, las instituciones
y políticos españoles, salvo honrosas excepciones, han guardado un irresponsable silencio
ante el amo imperialista norteamericano. Es posible que si hubiese
habido un presidente
estadounidense con distinta altura de
miras y actitud más equitativa, se habrían enviado
mensajes de pesar y condena del hecho; pero, en las
circunstancias actuales, ¿qué dolor ha podido sentir Trump, tan indiferente a
los acontecimientos, para aceptar las condolencias de las autoridades y organizaciones
políticas españolas?
A pesar de este gran inconveniente, no es justificado el
silencio ante un crimen como el perpetrado por el policía, debido a intereses económicos y
sumisión política al gigante americano; sobre todo de aquellos que nos
recuerdan constantemente la situación política de Venezuela, como si fuera el
único país con graves problemas políticos, económicos y sociales.
Una vez más, el conflicto racial de EEUU y sus secuelas de atentado
a la vida y de injusticias ha dejado al descubierto a la opinión publica
internacional la miseria y despiadada violencia del sistema de orden y
autoridad del país norteamericano.
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