JESÚS DE NAZARET SE DESPISTA DE SUS PADRES.
Lucas, en 2,41-51, cuenta que en la peregrinación que todos los años acostumbraban a hacer Jesús y María a Jerusalén, la capital de Judea y lugar santo de los judíos, a la que acudían más de un millón de judíos procedentes de distintos puntos de Israel y de otros lugares tanto limítrofes como más lejanos, cuando Jesús tenía 12 años, no acompañó a sus padres en el viaje de vuelta de Jerusalén a Nazaret. Llevaban estos una jornada de camino, cuando se dieron cuenta de la ausencia del hijo. Hasta ese momento, habían creído que iría con sus parientes o conocidos en la caravana. Retoman el viaje de vuelta a Jerusalén, y tras tres días de angustiosa búsqueda, lo encuentran en el Templo respondiendo a las preguntas de los maestros de la ley, que están sorprendidos por la sabiduría de un niño de 12 años. María le reprende por no haberse incorporado a la comitiva, y Jesús le contesta que si no sabían- su padre y ella- que él tenía que estar en las cosas de su Padre. Jesús vuelve finalmente a Nazaret, donde permanecerá sujeto a la autoridad familiar.
Aunque hay exegetas que consideran que todos los evangelios de la infancia de Jesús no están comprobados históricamente, me ha llamado la atención este pasaje de Lucas por su plasticidad, realismo y sencillez en la narración. A mí, personalmente, me dice que Jesús se entregó, siendo todavía un preadolescente de doce años, a la misión que él consideraba le había encomendado su Padre- Dios. Lo expresa claramente cuando su madre le pregunta que por qué les había hecho “esto”, es decir, quedarse en Jerusalén, Él les contesta en plural: “¿Por qué me buscáis?” “¿No sabéis que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” Las cosas de su Padre eran el mensaje y la misión que debía predicar y anunciar.
La conversación con los doctores de la Ley tuvo que ser muy intensa, pues, más tarde, diría Jesús que esas “cosas” las habían revelado Dios a la gente sencilla y ocultada a los sabios y entendidos (Mt, 11-25), porque estos no las iban a comprender. Además, sería un momento sorprendente ver a aquel niño responder con tanto desparpajo y sabiduría.
José y María, como cualquier padre o madre, se llevaron un gran disgusto al comprobar que su hijo no iba en la caravana. Asumieron, por tanto, las molestias de tener que volver a Jerusalén a buscar a su hijo, desconcertados y agobiados pensando qué podía haberle ocurrido.
En una reflexión que acabó de leer por Internet, se construye un movimiento espiritual a partir de la narración, afirmando que José y María eran conscientes de la misión de Jesús y que, lo mismo que ellos lo buscaron con afán y lo encontraron, nosotros hemos de imitar al matrimonio de Nazaret en su búsqueda y acercamiento a Jesús. No veo mal la analogía, pero prefiero quedarme a ras del realismo que presenta el pasaje de Lucas, porque el mismo Jesús aclara a sus padres por qué estaba en el Templo conversando con los maestros, ya que tenía que ocuparse de las cosas de su Padre; y, es más, en el texto se afirma que Jesús y María no lo comprendieron. Es posible que se preguntaran: ¿No somos nosotros sus padres? ¿A qué padre se habrá referido nuestro hijo?
Dos conclusiones finales describen el desenlace de este breve episodio: que Jesús se vuelve con sus padres a Nazaret, sujeto a la disciplina familiar. Se supone que este estado de obediencia duraría lo que su vida privada (oculta), ya que, a partir de los treinta años, aproximadamente, comenzó su vida pública y rompió con la disciplina familiar para llevar a cabo su misión. En la otra conclusión, su madre “conservaba” todo esto en su corazón. El verbo “conservaba” expresa que María iría progresivamente asimilando la misión especial de su hijo, las continuas experiencias y vicisitudes en su lucha pacifica por la extensión del Reino de Dios, basado en el amor, la misericordia, la bondad y la justicia. Es el corazón, como se lee en el evangelio, lo más profundo y sentiente del ser humano, donde ella asentaría todos los acontecimientos que Jesús protagonizó, los consejos que transmitió y las revelaciones acerca de su Padre del Cielo. Finalmente, comprendería en toda la extensión del mayor dolor la misión de aquel hijo por el que tanto sufrió.
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