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miércoles, 8 de junio de 2011

MUJER Y DIGNIDAD

MUJER Y DIGNIDAD.
En 2010, murieron 92 mujeres a mano de sus parejas y en el período que llevamos de 2011, 29 mujeres han perdido la vida por el mismo motivo. Si este número de muertes se debiera al terrorismo de ETA, muchos políticos y conocidos personajes de la vida pública estarían alarmados con razón, interrogándose por las causas y consecuencias de tan funesta realidad.
En estas estadísticas no se tienen en cuenta los asesinatos de menores como consecuencia de la violencia intrafamiliar, los de mujeres prostitutas o de casos confusos por falta de información sobre ellos. Si se incluyeran estos datos, el número de víctimas ascendería a 120 durante el año pasado y a 34 en el presente. Haciendo un estudio comparativo y remontándonos para ello al año 2007, comprobaremos que fueron 71 las mujeres asesinadas por varones, 84 en 2008 y 69 en 2009. En conjunto, se advierte que la violencia en la familia-doméstica- y en la comunidad social no para de crecer.
Ante la funesta realidad que nos revelan las estadísticas, dos preguntas exigen obligada respuesta: ¿Qué está ocurriendo? y ¿qué podemos hacer para parar esta sangría cruel e inhumana?
Las expertas en feminismo y dignidad de la mujer y los estudiosos de la génesis y procesos de la violencia aportan dos elementos que debemos analizar con detenimiento: uno, el hecho negativo de no considerar la igualdad como medio y necesidad para establecer unas relaciones equilibradas en la pareja y facilitar la colaboración e igualdad entre hombres y mujeres en la sociedad; y otro, prestar la debida atención a los comportamientos de dominación que los violentos ejercen con sus víctimas.
Para quienes puedan dudar de la importancia de las relaciones de poder y dominio que algunos hombres establecen con mujeres de su entorno, les será muy útil considerar la afirmación del conocido psiquiatra Luis Rojas Marcos en su libro “Las semillas de la violencia” en el sentido de que la fuerza principal que impulsa la violencia en la pareja reside en el deseo irracional de dominio, de control y de poder sobre la otra persona.
La visión cultural masculina de la mujer como objeto de deseo- según la racionalidad instrumental de posesión- o de perdición- según cierta racionalidad moral tradicional-; la supuesta y no demostrada superioridad del varón; la teoría y práctica romántica del amor posesivo que cosifica a la persona amada como una propiedad; los celos enfermizos, las drogodependencias y la inmadurez afectiva son motivaciones actitudes y causas que configuran una identidad de varón necesitada de profunda revisión en la familia, en la enseñanza y en la vida civil.
A la pérdida generalizada de valores que vacía de contenido la dignidad de la persona en lo moral y en lo social y reduce al ciudadano a mero cliente, consumidor o mercancía en lo económico, hay que añadir la concepción de la mujer como objeto de placer del hombre, que ha de estar siempre dispuesta a sus requerimientos sexuales y caprichos como si su misión no fuera otra que plegarse a los deseos masculinos contra su voluntad y dignidad de persona, negando su capacidad como sujeto de libertad capaz de experimentar la vida y tomar decisiones en igualdad con sus compañeros.
Históricamente, las instituciones políticas y religiosas han venido fomentando y legitimando esta visión torcida y nefasta de la mujer. También han contribuido a ello determinadas teorías científicas, la propaganda, la moda, el cine y el lenguaje, con sus imágenes, la seducción de los mensajes y símbolos sexistas. Hombres y algunas mujeres han interiorizado un tipo exigente de mujer bella, frágil, vulnerable al ardor sexual masculino, incapaz de pensar satisfactoriamente y, por tanto, inferior al varón.
Todo ese caudal de elementos sexistas ha ido asentándose en las conciencias individuales y en el imaginario colectivo de las comunidades, sin que la nueva cultura de la igualdad de género, la solidaridad, la ternura, el diálogo y el respeto hayan podido contrarrestar las conductas delictivas hacia las mujeres.
En un esfuerzo por dar una respuesta política y social al problema que nos ocupa, se promulgó la Ley Integral contra la Violencia de Género, alabada por su mentor, el Gobierno, y criticada por la oposición conservadora. A pesar de las críticas que ha recibido y de sus posibles fallos - en toda obra humana los hay- asociaciones de mujeres y personas que trabajan contra este tipo de violencia en barrios y organizaciones oficiales la valoran muy positivamente en su contenido y porque se elaboró con las aportaciones de los colectivos feministas y de mujeres. Sin embargo, se lamentan de que no se cumple por quienes tienen la obligación de hacerla cumplir. En opinión de este activo sector de militantes hay miedo a que sea una ley parcial y que, por tanto, pueda rozar la inconstitucionalidad, desaprovechando así las posibilidades de la ley si se la aplica correctamente prestando una cuidadosa atención a las circunstancias y personas afectadas, nunca con prejuicios hacia la mujer o vulnerando su derecho a una justa sentencia.
Es cierto que, al ser la violencia de género un problema cultural de graves consecuencias morales y sociales, no podemos poner todas nuestras esperanzas en la Ley, como si fuese el único medio para resolver los conflictos. Hace falta, además, una profunda renovación en el pensamiento y educación de la ciudadanía para atacar en su raíz las causas profundas del machismo.
El mundo cristiano y eclesial tiene en Jesús de Nazaret un magnífico ejemplo a imitar de cómo apoyó y dio su amistad a las mujeres que lo acompañaban; cada una con su historia de abandono, sufrimiento, sometimiento al varón y a las instituciones que las segregaban públicamente.
Hoy en día, pueden ser fuente de inspiración de una conducta solidaria las acciones del Consejo Mundial de las Iglesias para combatir las violencias contra las mujeres, así como las declaraciones de las Conferencias de las Iglesias Europeas y el Consejo de Conferencias episcopales. Por último, son clarificadoras las palabras de Juan Pablo II, en su “Carta a las Mujeres”, con motivo de la Conferencia Mundial de Pekín, reconociendo la falta de compromiso del mundo católico y la necesidad de renovarlo conforme al evangelio en la liberación de la mujer de todo abuso y dominio, como mensaje de perenne actualidad que brota del mismo Cristo.
De todas maneras, es la sociedad en su conjunto la que está llamada a cultivar una sensibilidad basada en el amor, el respeto, la justicia y la igualdad entre todos los seres humanos y, en concreto entre hombres y mujeres, desde la familia, el trabajo, la escuela y convivencia ciudadana. Sólo así el “Día 25 de Noviembre” dejará de ser una jornada de reivindicación y de lucha para convertirse en un día de fiesta y de esperanza. Sólo así dejaran de oírse con horror las noticias sobre el maltrato o muerte a una mujer.
Francisco González Álvarez.

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