Cuando se habla o escribe que hay que seguir haciendo esfuerzos para reducir aún más el déficit y enjugar una deuda billonaria que aumenta extraordinariamente con los intereses, no se tienen suficientemente en cuenta las enormes dificultades por las que están pasando muchos europeos, en particular, las clases medias, trabajador@s y personas pobres.
En esta opinión de periodistas, economistas y políticos al servicio del capital financiero, lo que prevalece principalmente es el afán de equilibrar una y otra vez el sistema capitalista y los beneficios de los grupos de presión que están detrás de los mercados, personas y colectivos -banqueros, grandes empresarios, inversores y especuladores- situados en lugares de la pirámide económica y social que les permite beneficiarse de un sistema que succiona sin piedad, con medidas politicas al efecto, los salarios de los funcionarios, trabajador@s de la administración, de los sectores productivos y de los servicios, las ganancias de las pequeñas y medianas empresas, los fondos del estado destinados al bienestar social de la población y las ayudas sociales a los colectivos más necesitados-parados, enfermos, ancianos, pobres y excluidos-.No les importa que, como consecuencia de estas políticas que favorecen sus intereses, un preocupante número de personas que se han quedado en paro pierdan sus viviendas por impagos, o que algunas se suiciden por no poder aceptar la pérdida del techo que los cobija. Tampoco prestan mucha atención a la angustias y enfermedades mentales y físicas derivadas de la situación permanente de desempleo o de la repentina pérdida del puesto de trabajo, causa de la disminución paulatina o desaparición inmediata del poder adquisitivo, con la consiguiente caída, en algunos casos, en la pobreza y la exclusión social. A juicio de los privilegiados, son daños colaterales no buscados, aunque una buena parte del dinero que damos los ciudadanos, vaya a estas minorías sin escrúpulos por indemnizaciones, jubilaciones y ganancias de finalización de ejercicios económicos y, si hay ocasión y ningún escrúpulo, encuentren facilidades para poner el producto de las ganancias fraudulentas a buen recaudo en paraísos fiscales, evadiendo de esta manera los correspondientes impuestos.
Mientras, nuestros políticos piden sacrificios a la población en aras de los intereses generales del país. Gran falacia porque esos intereses generales poco tienen que ver con el bien común que exige un reparto equitativo
para todos, respetando así el destino universal de los bienes. Si los
pobres y menos favorecidos de la sociedad no están en el centro de las
atenciones sociales, difícilmente se
podrá practicar una política social y económica equilibrada, que evite
beneficiar a los que más tienen y dejar en la necesidad o indigencia al
resto. Que le pregunten a quienes están en los lugares más bajos de la
escala económica si están dispuestos a pasar unos años de sacrificio a
riesgo de su empobrecimiento y exclusión social. Estamos seguros que responderían con un rotundo no.
Resulta,
por tanto, intolerable para cualquier persona con sentido común y afán
de justicia que la nación o un sistema político, social o económico tenga que ser salvado para beneficio de una minoría privilegiada a costa de la mayoría. Es lo que el premio Nobel
de economía Joseph Stiglitz ha denominado, dando título a un libro, "El
precio de la desigualdad", que el 1% de la población tenga lo que el
99% necesita. Una cínica aceptación por parte de ese uno por ciento de un verdadero darwinismo social, tendenciosa doctrina que aplica de forma inapropiada y oculta la Teoría de la Evolución de Darwin: para que la sociedad avance, es necesaria
la libre competitividad y si, en el proceso, alguien se queda atrás es
responsabilidad suya porque no ha sabido luchar en el reñido escenario
de la vida. Incluso, una vez en el abismo, qué derecho tiene a pedir
ayuda. Si la empresa y
los ejecutivos no son hermanitas de la caridad, por qué han de
sufragar con"su" dinero las debilidades de otros- denuncian tales
privilegiados.
Desde
instancia neoliberales se postula veladamente esta teoría, abandonada
por las ciencias sociales en el siglo XIX. En la práctica, se niega la
dignidad de la persona, considerada como mero individuo. El "homo
sapiens" pasa a convertirse en el "homo economicus", que piensa y actúa
movido por el valor material y el beneficio de las cosas. Abraza una
forma de vida que es eficaz instrumento al servicio de los poderes
financieros y económicos monopolistas y son un serio obstáculo al
desarrollo de políticas que favorezcan a la ciudadanía, y, en ella,
a los sectores más débiles de la sociedad. El noble arte de la política
es prostituido al transformarse en un hábil y mortífero instrumento,
fundamentado en el darwinismo social que salva y premia a los ricos y
más ricos en la cruel competición por la vida y sus recursos y condena a
la precariedad y pobreza a la mayoría de la población.
Como conclusión, nos permitimos decir, basando nuestro juicio
en los argumentos anteriormente desarrollados, que incurren en una
grave responsabilidad moral y ética aquellos políticos, empresarios,
banqueros, inversores y directivos que, en virtud
de su poder económico personal y colectivo, opinan y actúan para que
el injusto sistema que los beneficia se perpetúe con el consiguiente perjuicio
para la vida de las personas.
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