DESDE MI VENTANA:
UNA HUMILDE MACETA Y LA INCONSISTENCIA DE LA VIDA.
Por detrás de la ventana, desde la que veo a mi amiga la
palmera, Toñi ha puesto una pequeña, coqueta y humilde maceta para que respire
el aire algo más puro de la calle.
La maceta, objeto de mi atención, en esta mañana, está
coronada por seis flores blancas y delicadas, que emergen de un intrincado
conjunto de ramas y hojas verdes. Permanece estática, con un leve movimiento de
algunas de sus hojas, mecidas por el viento que la rendija de la ventana medio
abierta reduce a una mínima expresión. En el exterior, el movimiento de la
bella cabellera de mi palmera me hace ver que el viento tiene una mayor
intensidad que en la ventana, donde parece acariciar las hojas y flores de la
maceta.
Mi alegría al ver la belleza de las flores hermosamente
blancas se torna en tristeza, cuando observo que otras se han marchitado y
definitivamente se han cerrado sobre sí. Han perdido la suavidad característica
de sus pétalos y han tomado el color marrón peculiar de la muerte en estos
seres. La observación de esta inapelable realidad me recuerda la inconsistencia
de la vida humana y la temporalidad vital de todos los seres vivos.
Esta caducidad casi imperceptible en seres tan hermosos y a
la vez insignificantes como las flores y las plantas, que nos parece lo más
normal del mundo, aunque hoy no me pase desapercibida, quizá, por encontrarme
en un más profundo estado de conciencia que en otros días, es también una
característica propia de los seres humanos que se materializa en la muerte.
Desde este estado de ánimo, mi espíritu me lleva allá lejos,
al hospital, donde un amigo se debate entre la vida y la muerte. En esos
momentos de debilidad física y mental, se manifiesta con toda su crudeza, la
fragilidad del ser humano.
Es posible que si pensáramos ese final que a todos nos espera
seríamos más pacíficos, justos y misericordiosos con nuestros semejantes y con
la Naturaleza que nos acoge, comenzando por quienes más necesitan el pan, el
trabajo, la vivienda, el acompañamiento y, por supuesto, de nuestro amor
desinteresado. Estos comportamientos bondadosos y justos nos permitirían construir
una vida más armoniosa, en paz con los demás, aunque necesitemos de un esfuerzo
continuado, no siempre exitoso; de una lucha por crear ambientes de justicia
social, ecológica y de “caridad activa”, que nos hagan tener presente los
rostros de las víctimas de los desmanes, causados en nuestro mundo por sus
mismos habitantes, sin cuya presencia no puede haber justicia ni caridad que
valga.
Es cierto que la existencia esta jalonada de éxitos y
fracasos, de alegrías y tristezas y de luces y sombras, pero si nos afanáramos
en la realización de los ideales aquí descritos seríamos más felices,
dormiríamos más tranquilos, conscientes de que
vivimos el acuerdo de nuestros comportamientos éticos
con lo que nos dicta la conciencia; y en el momento final de nuestra vida, nos
despediríamos, al menos, en medio de ese momento trascendental y, muchas veces
trágico, con la satisfacción del deber cumplido.
Cuando me retiro de la ventana, aún me da la calidez del sol
en mis manos que se mueven una y otra vez sobre el teclado del ordenador. El
viento se ha calmado y mi palmera y la maceta permanecen tranquilas en este
momento presente que les ha tocado vivir. Una sensación de nostalgia, tristeza,
envuelta en inesperados y esperanzados
pensamientos, recorre mi mente.
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