POR UNA FAMILIA PLENA EN UNA SOCIEDAD MÁS JUSTA
La familia es un tema de actualidad. Muchas voces autorizadas nos recuerdan las dificultades que tienen las familias para realizar su misión en la sociedad. Pero no todas ellas abordan esta situación en las mismas condiciones y con las mismas posibilidades. Las familias pobres de nuestros barrios modestos, las familias obreras con menores ingresos, las inmigrantes y las que, por circunstancias determinadas, atraviesan graves dificultades socio-económicas, padecen las contradicciones derivadas del sistema económico imperante, entre una cultura individualista, y consumista, de una parte, y el papel que la familia debe cumplir como espacio de vida y de valores, de otra. Al ser una institución de convivencia y solidaridad para la sociedad y para la Iglesia, en su modalidad cristiana, las contradicciones se acentúan.
Es por ello que la situación actual de las familias pobres y necesitadas está marcada por las precarias condiciones de trabajo, el desempleo, la droga la falta de políticas sociales y educativas, el encarecimiento de la vivienda, la percepción de pensiones y ayudas familiares insuficientes, que hunden en la precariedad a muchos ancianos; los problemas de la educación, las dificultades para conciliar la vida familiar y laboral, la generalización de nuevos modelos de familia y la soledad de los inmigrantes ante un derecho no cumplido: la reunificación familiar. No es que otras familias más pudientes no padezcan algunas de las dificultades expuestas, sino que las más pobres las sufren con mayor intensidad y sin tener a su alcance, en muchos casos, soluciones para superarlas.
Constatamos, además, que continúa dominando la cultural patriarcal, y que a pesar de la incorporación de la mujer al trabajo, sigue sin haber un reparto real en las tareas y funciones domésticas, por lo que se ve obligada a compatibilizar el trabajo fuera y dentro del hogar, a cubrir una larga jornada y a realizar su actividad laboral en condiciones precarias. Toda esta situación le ocasiona graves trastornos físicos y psíquicos, y, en algunos casos, su renuncia a la maternidad o buscar la respuesta en el aborto. Es importante denunciar también las vejaciones y malos tratos a los que un número considerable de mujeres se ven sometidas a causa de la violencia doméstica y de género, extensiva cada vez más a sus hijos.
A causa de las condiciones desfavorables de trabajo que tienen muchos padres y madres, los hijos se ven afectados, pues, al no disponer aquéllos del tiempo suficiente para atenderlos y educarlos, han de delegar estas funciones en los abuelos, la escuela y otras instituciones. A consecuencia del paro en nuestra provincia, numerosos jóvenes viven en el hogar familiar inseguros ante un futuro que se les presenta incierto. Para los que trabajan, la precariedad y las escasas posibilidades para hacerse con una vivienda, normalmente muy cara, constituyen serios obstáculos a la hora de plantearse formar una familia.
Ciertas pautas sociales, económicas y la escasa valoración del esfuerzo que se difunde desde diversas fuentes de información dificultan la transmisión de una cultura solidaria en la familia. Para los padres y madres cristianos es cada vez más difícil dar a sus hijos la fe y los valores fraternos implicados en ella. La institución familiar ha ido perdiendo su carácter de humanización y socialización y en muchos casos, ha dejado de ser referente ético e ideológico para las nuevas generaciones.
Es obligado denunciar también la especulación de la vivienda, fenómeno social que, en estos días está dejando ver sus enormes proporciones, perjudicando, no sólo la imagen de personas e instituciones públicas y privadas, sino la calidad de vida de tantas familias que han de hipotecarse permanentemente o verse privadas de una casa por los precios prohibitivos del mercado.
Por otra parte, en nuestra Iglesia no se abordan con profundidad las dificultades que viven las familias que pasan por graves problemas culturales, sociales y económicos, lo que hace que no exista un compromiso sociopolítico de encarnación en esa realidad conflictiva y una vivencia de la fe en las familias pobres y desestructuradas que también han de ser consideradas como Iglesia doméstica. Por esta razón, nos alegramos de que en la Diócesis se aborde el problema de la familia en el Plan Diocesano de Pastoral, invitando a las asociaciones y movimientos católicos a participar activamente.
Sin embargo, no queremos dar con nuestro análisis una imagen pesimista de la situación, todo lo contrario, nos anima la esperanza en nuestra fe de creyentes en Jesús y la confianza en los hombres y mujeres de nuestra tierra que con su esfuerzo y solidaridad pueden contribuir a construir una familia más plena en el seno de una sociedad más justa y solidaria. Por estas razones, animamos a los poderes públicos, a los partidos políticos, sindicatos, a los movimientos ciudadanos y a la Iglesia a poner de su parte los medios y soluciones de que dispongan para que los derechos familiares de los ciudadanos y los derechos sociales de la familia (derechos de sus miembros, derechos a un trabajo digno, a una jornada laboral compatible con la vida familiar y a un salario justo, derecho a una educación de calidad, a prestaciones sociales que garanticen los servicios necesarios para una vida familiar digna...) puedan hacerse realidad.
Cádiz, 28 de noviembre de 2006
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